Aquellos que nos dedicamos al turismo sabemos que los numerosos triunfos levantados por nuestra ciudad en honor al Arcángel San Rafael intrigan y mucho a los visitantes. La mayoría supone que debe tratarse de un santo al que aquí se le profesa una devoción especial. Pero lo que no sospechan es que su origen se remonta nada menos que a la época de las cruzadas.

Eran tiempos de pobreza y epidemias, en los que la peste bubónica había acabado con un tercio de la población europea. La enorme influencia de la Iglesia en la vida cotidiana en el siglo XIII, unida a la escasez de profesionales médicos y la falta de desarrollo cultural, propició que el hombre medieval considerara esta epidemia un castigo divino. Córdoba no sería una excepción, y cuenta la leyenda que durante la plaga de 1278, el fraile Simón de Sousa afirmó que se le había aparecido San Rafael en el convento de la Merced, la actual Diputación, y que le había curado milagrosamente. En agradecimiento, el obispo del momento colocó una imagen del arcángel sobre la torre de la iglesia de San Pedro. Tres siglos después, en 1578, la figura angelical volvió a presentarse ante el padre Andrés de Roelas, anunciándole que él protegería la ciudad tanto de esa como de cualquier amenaza futura a partir de ese momento. El rumor corrió por las calles y, casualidad o no, la peste remitió al cabo de pocos días.

Tanto creció el fervor popular que comenzaron a levantarse triunfos suyos por todas las plazas, con el fin de que proteger hasta el último rincón de la ciudad. Curiosamente, la gente pensaba que Dios había castigado a los sevillanos por sus pecados, y que a nosotros nos había tocado, simplemente, por estar cerca de ellos. Por eso, algunos de estos triunfos están mirando hacia la ciudad vecina.

En 1651 se colocó en el Puente Romano la emblemática estatua de piedra del arcángel que aún lo decora, y algunos años después comenzarían a remitir los casos en Córdoba. ¿Milagro? En realidad lo que ocurrió es que fue desapareciendo de forma natural la población europea de ratas negras, que eran las portadoras de la enfermedad. Pero el pueblo también pensó que se trataba de un milagro obrado por San Rafael, que ya llevaba unos años actuando como el custodio cordobés, disparándose la devoción de forma definitiva.

Cabe recordar que no es el único santo que supuestamente vela por nuestro bienestar. A este había que sumar el patrón, San Acisclo, y las dos copatronas, Santa Victoria y la Virgen de la Fuensanta. Seguramente, los antiguos obispos pensaron que con este nivel de sobreprotección divina, a nuestra querida Córdoba le aguardaría un futuro prometedor.

(*) El autor es escritor y director de Córdoba Misteriosa. Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net