Ken Follett (Cardiff, Gales, 1949) devoró la biblioteca pública de su barrio cuando tenía 12 años. Se enamoró de Shakespeare y de Ian Fleming. Quiso ser James Bond, pero terminó siendo un licenciado en Filosofía que se ganaba la vida como periodista y editor. Después pasó a tener un oficio «aburrido»: sentarse durante horas, días y años delante del teclado e inventar mundos. Perfectamente trajeado, sin corbata pero con gemelos de oro, el autor superventas de Los pilares de la Tierra y Un mundo sin fin desembarca en Madrid cual estrella de Hollywood. En el teatro Infanta Isabel los personajes de su nueva novela, Una columna de fuego (Plaza & Janés / Rosa dels Vents), aparecen en el estrado mientras él va desgranando las claves de un libro histórico que mezcla realidad y ficción y que no habla tanto de religión sino de libertad. Con el siglo XVI de fondo, Una columna de fuego tiene a Isabel I de Inglaterra por protagonista, una mujer joven, independiente que se rebeló contra el destino que tenía marcado. La reina Isabel convirtió a Inglaterra en un país protestante (pero tolerante) y medio mundo la quiso matar. Gentleman de manual, Follett se sienta en una habitación del hotel Ritz dispuesto a hablar de su vida y obra.

--Así que la biblioteca pública hizo que usted se convirtiera en escritor.

--Claro. No conozco ningún autor que no haya sido un gran lector cuando era niño.

--¿Quién le inculcó el amor por la lectura?

--No sabría decirle. Lo que sí recuerdo es que con tres años quería desesperadamente leer. Me encantaba que me leyeran cuentos. Mi padre (inspector de Hacienda), mi madre, mis abuelos y mis tíos. Quería que me leyera todo el mundo. Nunca me parecía suficiente. Con cuatro años ya sabía leer.

--¿De verdad?

--Sí. Entré al colegio con 5 y un año antes ya leía.

--Se enamoró de la literatura de Ian Fleming. ¿Cuándo se dio cuenta de que no sería James Bond?

--Con 16 años me miré al espejo y lo supe. Pensé que nunca iba a ser tan alto ni tan guapo ni tan sexi. Esto es lo que hay.

--Se licenció en la universidad y se hizo periodista. Luego editor. Y, finalmente, escritor. Pero usted afirma que la literatura no tiene que ver tanto con el intelecto sino con el corazón.

--Algunos escritores son intelectuales, sí. Y otros, regular. Y hay otros que tienen mucho éxito entre los lectores y que no son tipos listos. No le voy a dar ningún nombre. Pero yendo a la pregunta, creo sinceramente que cuando leemos una novela lo que queremos es que nos remueva el corazón. Eso es algo común al arte o la música. Cuando algo nos hace llorar…

--Ha desembarcado en Madrid cual estrella de Hollywood. ¿Le gusta?

--Me encanta porque es algo muy distinto a lo que hago todos los días. Me paso la vida delante de un teclado y toda la emoción la tengo en la cabeza. Hay gente que me dice que debería escribir mi autobiografía, pero me niego. Mi vida es demasiado aburrida.

--‘Una columna de fuego’ rescata la historia de la reina Isabel I de Inglaterra, una mujer joven, atractiva e independiente. Su historia demuestra que el feminismo no nació en el siglo XX.

--Creo que en todas las épocas ha habido gente que no aceptó el papel que la sociedad le había reservado. Fueron rebeldes y esos son los personajes sobre los que más me gusta escribir. Isabel I no era feminista, al menos ella no lo hubiera llamado así. Ella decía que era una simple y frágil mujer, pero toma, toma y toma. Se hacía lo que ella ordenaba, vamos.

--La novela narra una batalla por la libertad. Un bando estaba lleno de tiranos que querían imponer su religión. Y en el otro estaban los tolerantes. Estamos hablando del siglo XVI, pero parece el XXI.

--Esa batalla, desde luego, no ha terminado. Empezó en el XVI cuando se levantaron voces que apostaban por hallar una forma de convivencia entre religiones. Entre esas personas estaban tres mujeres: Isabel I, Margarita de Parma y Catalina de Médici, pero no tuvieron éxito.

--¿Hasta cuándo va a durar esa batalla?

--No seamos demasiado pesimistas. Que yo sepa España ya no sufre la Inquisición y en Inglaterra no quemamos a gente en hogueras. En Europa Occidental no nos matamos por la religión. Estamos mejor que antes, aunque la guerra no haya terminado.

--¿Qué opinión tiene de lo sucedido en Cataluña?

--Tengo que decir la verdad. Creo que nuestro futuro está en una mayor integración y no en separarnos. Lo digo yo, que sé que Gales está dirigido por Londres y no por Cardiff. Pero es que Gales es pobre, no haríamos nada solos. Después del Brexit creo que seremos más pobres y tendremos menos capacidad de liderazgo. Los tres grandes poderes del siglo XXI son EEUU, Europa y China.

--Pero la gente votó salirse de la UE. Es la democracia.

--Ya, pero creo que se confundieron. Y todos nos lamentaremos. Y, regresando a Catalunya, creo que es muy difícil decir a la gente que no tienen derecho a controlar su propia vida. Acepto que los catalanes tienen derecho a votar, pero yo quiero que voten quedarse en España.

--No tiene una buena opinión del nacionalismo.

--Creo que es una idea obsoleta y anticuada. Una ilusión. El futuro está en la integración, aunque a lo mejor me equivoco.

--Además de escribir, está usted muy involucrado en una labor humanitaria, la de enseñar a los niños a leer.

--El 20% de los chavales lo hacen rápido y sin dificultad, como yo. Pero hay otro 20% de niños a los que les cuesta mucho, incluso si tienen buenos profesores. Estoy hablando, por ejemplo, de la dislexia. Es un problema sobre todo en los varones, a los que siempre les gusta ser los mejores.

--Eso es porque los educamos mal, queremos que sean número uno en todo.

--No estoy de acuerdo con lo que dice. Creo que cierto grado de competitividad está bien. Pero, vamos, si fuera el rey de Inglaterra dedicaría más dinero a los colegios de los barrios pobres. Los otros niños vienen de casas llenas de libros y van a museos.