Al bocadillo de jamón -jamón serrano, claro, y mejor, ibérico- deberíamos dedicarle más de un monumento, porque por muchos competidores que le salgan, lo mismo que la ranchera de José Alfredo Jiménez tantas veces versionada, sigue siendo el rey. El de jamón es tan emblemático como el pollo asado tras el que el pobre Carpanta siempre corría y nunca llegaba a comerse. Y es que hay veces que el hambre no se sacia más que con un bocadillo de jamón que además tiene la virtud de caer bien a cualquier hora.

Y esto, sin añadir ciertas sutilezas, como hacer las lonchas cortas para no atragantarse, y delgadas. El pan, calentito, no hace falta tostarlo demasiado, para que haga sudar al jamón, lo ablande, lo amolde y le obligue a cederle parte de sus jugos. Otros refinamientos, como el tomate o el chorrito de aceite o la mantequilla… quedan a la discreción de cada cual. Espero que a estas alturas muchos de ustedes hayan salido disparados a la cocina y a la despensa.