El conjunto de localidades de la geografía de nuestra provincia ofrece a cordobeses y foráneos un rico patrimonio histórico y artístico de un elevado nivel. Una de ellas es la ciudad de Bujalance, que hace gala con orgullo de dos monumentales torres, que corresponden al antiguo templo conventual de los franciscanos y a la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción.

Los franciscanos se establecen en la entonces villa campiñesa en los años treinta del siglo XVI y permanecen en ella hasta la exclaustración definitiva de 1835. Durante este largo período de tiempo desarrollan una importante labor pastoral y educativa que tiene el reconocimiento del vecindario. Una de las etapas más brillantes de su dilatada trayectoria histórica corresponde al siglo XVIII, como lo prueban indicadores harto elocuentes. Los efectivos humanos de la comunidad alcanzan los valores numéricos más altos y el convento goza de jugosos recursos económicos, procedentes en un alto porcentaje de las limosnas.

Las aportaciones de bienhechores y devotos permiten realizar obras de trascendencia en las dependencias del cenobio y en la iglesia, hasta el punto de cambiar la fisonomía del conjunto arquitectónico. Entre ellas destacan la remodelación de la capilla mayor y de las puertas exteriores, así como la construcción de nuevas instalaciones y de la monumental torre.

El 1 de junio de 1764 se ponen en marcha los trabajos de remodelación de la capilla mayor, la nueva sacristía y las reformas en las dependencias conventuales que afectan al refectorio, cocina, claustros, dormitorios, caballeriza y corrales. Las labores avanzan a buen ritmo y se encuentran terminadas el 8 de abril de 1765, gracias a la eficaz gestión del guardián de la comunidad, fray Mateo Torralbo, y al apoyo prestado por el ministro provincial, el bujalanceño fray Domingo Lozo. Al mismo tiempo, se hace y se coloca el flamante retablo mayor, que costean don Juan Camacho Rojas y su esposa, doña Francisca Toboso, luciendo en los costados sendas esculturas de santo Domingo de Guzmán y san Francisco de Asís, talladas en Granada.

En octubre de 1769 accede por segunda vez al provincialato el padre Domingo Lozo, realizándose en su etapa de gobierno nuevas obras en el convento de su ciudad natal. Entre ellas las ejecutadas en la fachada principal del templo por su mal estado, que consisten en consolidar el muro y transformar la estructura adintelada de la puerta en un arco.

En mayo de 1772 se elige superior de la comunidad franciscana al padre Antonio Solís y durante su mandato las obras de la grandiosa torre reciben un fuerte impulso. Las labores se inician en 1773, merced a las limosnas ofrecidas por bienhechores, entre los que sobresale por su generosa aportación el presbítero Francisco García. En el informe elaborado por el citado guardián a finales de septiembre de ese año se indica que se están llevando a cabo los trabajos de cimentación.

La celeridad de las labores de construcción viene refrendada por el informe, fechado en mayo de 1775, en el que se señala que ya se están cerrando los cuatro arcos del tercer cuerpo de la torre, donde irán colocadas las campanas. El interés del documento estriba en la precisa y minuciosa descripción de los elementos constructivos y decorativos de los cuerpos levantados.

A primeros de octubre de 1776 han finalizado totalmente las obras de la monumental torre que se remata con una veleta y cruz de hierro doradas. El importe de los gastos originados asciende a 42.769 reales, de los que una gran parte proviene de aportaciones de limosnas de benefactores y devotos de la orden seráfica.

La documentación nos ha permitido establecer con exactitud la cronología del proceso constructivo de la torre de la iglesia de San Francisco de Bujalance, del que hemos querido ofrecer hoy en las páginas de Diario CÓRDOBA un anticipo de un estudio más amplio que muy pronto saldrá a la luz sobre la historia de este convento en el siglo XVIII.