Acababa de cumplir los 17 años cuando una tarde, entre clase y clase (estudiaba yo magisterio en la Escuela Normal que estaba detrás de San Nicolás), cayó en mis manos una biografía de Picasso, el genial y universal Pablo Ruiz Picasso. Fue en aquella librería Luque de la calle Gondomar en la que, gracias a don Rogelio, gozaba de luz verde para ojear o leer las obras que yo quisiera. De aquella primera biografía una frase se quedó en mi cabeza que ha resistido el paso de los años y de mis otras numerosas lecturas biográficas. Son las palabras en las que Picasso respondía a uno de sus críticos, que le acusaba de pintar mujeres que no eran reales. Picasso le respondió: «Amigo mío, tenga presente que yo pinto lo que pienso, no lo que veo». Tal vez porque esa idea ha sido también el norte de mi quehacer literario, porque yo siempre he escrito lo que pienso y casi nunca lo que veo.

Luego, años más tarde, leí la biografía que escribió Gertrude Stein y también se grabaron en mi memoria estas palabras: «Picasso es un hombre que siempre ha tenido la necesidad de vaciarse, vaciarse completamente. La característica más significativa de su personalidad ha sido la capacidad de empezar de cero, de hacer tabla rasa de los propios clichés estilísticos, renovando constantemente la propia imaginación lingüística».

Con estas ideas juveniles me adentro hoy en su vida, una vida intensa en todos los aspectos humanos y hasta divinos. Porque así fue la vida de Picasso. Un hombre que vivió 92 años y recorrió todos los caminos del arte. «Caminante no hay camino, se hace camino al andar». Y como aquí no se trata de descubrir nada nuevo en su vida me limito a reproducir las primeras páginas de la biografía del malagueño Rafael Inglada, sin duda uno de los hombres que más y mejor ha estudiado la vida del genio.

«Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno María de los Remedios Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz Picasso -con esta larga nómina de santos fue acogido nuestro pintor en la pila bautismal de la parroquia de Santiago- nació en Málaga a las 23.15 horas del 25 de octubre de 1881, en la casa alquilada unos años antes por su padre, José Ruiz Blasco, ubicada en el número 36 (hoy 15) de la romántica Plaza de la Merced, o llamada indistintamente entonces Plaza de Riego, en honor al político liberal Rafael de Riego, quien vivió en este lugar. Tres días después, su padre le inscribía en el Registro Civil de la capital con algunas variantes con respecto a los nombres eclesiásticos: de Pablo Diego José Francisco de Paula Juan Nepomuceno Cipriano de la Santísima Trinidad Ruiz Picasso.

Su padre, José Ruiz Blasco, había nacido en la capital malagueña en 1838, y era profesor-ayudante de Dibujo Lineal de la Escuela de Bellas Artes, además de conservador del Museo Municipal. Los antepasados más lejanos suyos de los cuales tenemos noticias procedían de Cogolludo (Guadalajara), villa donde permanecieron hasta el siglo XVIII, en que se trasladaron en busca de fortuna a Córdoba, ciudad ésta donde vendrían al mundo José Ruiz de Fuentes (1966- 1845) y Diego Ruiz de Almoguera (1799-1876), bisabuelo y abuelo del pintor, respectivamente. Del matrimonio de Diego con la malagueña María de la Paz Blasco Echevarría (1800-1860) nacerían once hijos, siendo José, el padre de Picasso, el octavo de ellos.

Su madre, María Picasso López, era de origen genovés por la rama paterna, mientras la materna procedía de una oscura familia malagueña ocupada en el oficio de la construcción de toneles en el barrio malagueño de El Perchel. El abuelo de ella, Tommaso Picasso (Sori (Génova), 1787-Málaga, 1851) de había casado en 1810, casi recién llegado a Málaga, con una joven natural de Cabra (Córdoba), María Luisa Guardeño, dándole ésta seis hijos, entre ellos a Juan Bautista (padre del conocido general Juan Picasso, quien en 1921 realizó el expediente destinado a depurar las responsabilidades por el desastre de Annual) y a Francisco (Málaga, 1825-Cienfuegos (Cuba), 1888), abuelo materno del pintor. Este curioso personaje intentó hacer fortuna en Cuba como empleado de aduana, pero terminó siendo perseguido por la justicia después de haber realizado un desfalco en los almacenes que custodiaba, ignorándose cómo finalizaron sus días en la isla caribeña, aunque al parecer allí volvió a casarse de nuevo, sin saber exactamente si llegó a tener descendencia. No obstante, poco antes de cruzar el Atlántico a mediados de los años 60, Francisco se casó con Inés López Robles, naciéndole al matrimonio seis hijas, de las que alcanzaron la mayoría de edad cuatro de ellas: Aurelia -casada con el joyero y enólogo Baldomero Ghiara-, María (Málaga, 1855-Barcelona, 1938), madre de Pablo, Eladia, casada con el comerciante Enrique Solís, y Heliodora, esposa que fue del procurador Enrique Reyes Barrionuevo. Los primeros diez años de vida de Picasso en su ciudad natal dejaron en su espíritu una huella imborrable del amor que sintió por su Málaga».

Sí, Málaga, el amor de su vida… y así lo manifestaría y repetiría en más de una ocasión años después: «No sé por qué me presentan como un pintor catalán, olvidando que Barcelona y Cataluña solo fueron para mí una amante, pues Málaga fue siempre y lo será mientras viva mi mujer legítima. ¿Cómo voy yo a olvidar aquella luz, los olores a naranjas, a jamón serrano, al aceite de oliva y al pan transpirado que olía y sentía con sólo verlo entre mis manos?... Nunca pude apartar de mí aquella luz y aquellos olores y donde quiera que fui y en cada cuadro que pinté allí estuvieron presentes… Ni en Barcelona, ni en París, ni en Marsella, ni en Nueva York, ni en Moscú vi la luz de mi Málaga… y como malagueño me sentí siempre andaluz y español. Esa luz que en la pintura sólo encontré en Velázquez y Van Gogh».

Pero, como veremos más adelante, Picasso además de la luz, los olores y los colores supo siempre que un pintor lo primero que tiene que aprender es el dibujo y de ahí que toda su infancia y primera juventud se la pasara aprendiendo a dibujar. Es cierto que después vendría el Impresionismo, el Cubismo, el Modernismo, el Futurismo, el Dadaísmo, el Constructivismo, el Neoplaticismo y hasta el Suprematismo. Pero en cualquiera de sus obras está siempre presente o figurado el arte de dibujar.