El genio malagueño fue un apasionado del flamenco. Más allá del amor que sentía por la guitarra, instrumento al que le dedicó más de 200 obras, Picasso se entregaba a la fiesta flamenca en cuerpo y alma, que incluso deja una escena en un tablao con sombrero cordobés.

Dicen los andaluces entendidos que cuando suena una guitarra automáticamente detrás llegan las palmas de los palmeros, la copla del cantaor y el zapateado de la bailaora… y eso es el flamenco: música, palmas, coplas y baile. Aunque por encima y en el fondo lo que hay es una mezcla de alegría y pesares que refleja de verdad el alma andaluza. Porque, y eso no se duda, el flamenco es andaluz, aunque se cante en Tokio o en Singapur… y tal vez por ello no hay andaluz que no lleve en su sangre el flamenco. ¡Y Picasso no podía ser una excepción! En páginas siguientes hablaremos del amor que tenia por la guitarra, como puede comprobarse en sus más de 200 obras en las que aparece, pero hoy toca hablar de su pasión por el flamenco.

Cuentan los biógrafos que ya de pequeño un tío suyo, amante de la guitarra, le llevaba algunas veces a un tablao de flamenco que había cerca de su casa y que lo que allí vio y oyó se quedó para siempre en su sangre y en su alma. Es verdad que el flamenco fue para él como un Guadiana, ese río que se esconde bajo tierra para volver a salir unos kilómetros más allá, pues así sucede con él. Hay etapas que se acuesta con su guitarra y su flamenco y hay etapas que se olvida de ellos y se entrega a sus pinceles.

Cuenta Antonio D. Olano en su Picasso íntimo que ya en los últimos años de su vida, cuando se había encerrado en Notre Dame de Vie con Jacqueline de guardiana, que algunas noches el genio organizaba pequeñas fiestas flamencas para deleitarse él solo o deleitar a algunos amigos invitados. Olano recuerda que asistió a una de esas fiestas que Picasso les organizó a Luis Miguel Dominguín y Lucía Bosé y tan feliz se mostraba que, incluso, hubo un momento que se puso su sombrero cordobés y se subió al tablao (pequeño tablao que se había mandado hacer a un lado del jardín para sus ratos más andaluces).

(«Recuerdo como si fuera ayer a La Trini, una cantaora, la más famosa de todas, que cantaba en un ventorrillo propio que se había montado en La Caleta, algo más allá de la Victoria. La primera vez que me llevó mi tío salí como embrujado, la voz de aquella mujer y el texto de sus coplas me llegaron al alma y algunas no he podido olvidar: ‘La tierra que a mí me cubra/ ni la mires ni la pises/ no te acuerdes más de mi/ que mi lengua te maldice/ muerta reniego de ti’. Fíjate, tendría yo 8 años y aquella voz desgarrada al principio hasta me dio miedo. Luego, pasados muchos años, volví a ver a La Trini. Una de ellas fue en 1919, cuando llevé hasta Málaga a Diaguelev y Falla para que la conocieran y la oyeran cantar. Estábamos preparando El sombrero de tres picos y yo les había sugerido incluirla como cantaora estrella, cosa que aplaudieron en cuanto la oyeron... y es que La Trini, aquella espléndida tarde veraniega, dio el dó de pecho, a pesar de su madurez, con un repertorio que ponía la carne de gallina. Recuerdo muy bien una coplilla que dijo ser del joven poeta granadino Federico García Lorca (Lorca no era por entonces el que luego sería). Pero, al final fue ella la que no aceptó, yo creo que por coquetería, pues había perdido un ojo en su juventud y llevaba un paño negro que le tapaba el hueco. Otra fue en 1921, cuando viajé a España con Olga, como viaje de novios y la llevé a Málaga para que conociera mi ciudad natal. Por cierto, que aquella noche cuando llegamos al ventorrillo de la Trini nos encontramos con Manuel Machado, que al parecer no sólo era un gran amigo de la cantaora y un asiduo cuando pasaba por Málaga, sino que además le había escrito varias coplas, pues ya se sabe que era un apasionado del cante popular».)

Sin embargo, cuando el flamenco hace fuerte acto de presencia en la vida y en la obra del genio es a partir de entrar en contacto con los Ballet Rusos del revolucionario empresario Diaguilev, con el que pactó hacer para él los decorados, los vestidos de los bailarines y hasta los carteles. Fue la etapa del Arte Efímero. En uno de ellos, ya en Roma, Le Tricorne, fue algo más lejos y por sugerencia suya se introdujo un número flamenco. Fue por entonces, precisamente, cuando se casó con una de las bailarinas, Olga Khokhlova.

Con aquel Ballet, y tras triunfar en París y Londres, se presentó en Madrid, donde el éxito fue aún mayor. Tanto que el ruso Diaguilev se entusiasmó con el flamenco y ya pensó en hacer uno exclusivamente dedicado al género. Aunque antes se cruzó El sombrero de tres picos, de Falla, para el que Picasso hizo también los decorados y los trajes y vestidos de los figurantes y fue otro éxito rotundo en su presentación en Londres. Según los biógrafos a partir del estreno de ese Ballet comenzaron a abrirse escuelas de cante flamenco en la capital inglesa. Sobre este estreno sucedió algo curioso, al parecer Diaguilev, Falla y Picasso buscaron los cantaores y bailaoras por Cádiz, Sevilla y Málaga y descubrieron al bailaor Félix Fernández, a quien contrataron por ser el mejor, pero algo debió suceder para que a última hora el tal Félix fuese sustituido por otro bailaor, y éste al enterarse, ya en Londres, se volvió loco de remate y hubo que ingresarle en un manicomio y allí murió años después sin recobrarse.

Y así se llegó al Cuadro Flamenco que montaron el ruso y el malagueño con bailarines todos andaluces. Picasso, incluso, se llevó otra vez a Diaguilev a Málaga para tratar de convencer a la Trini como cantaora. Tampoco aceptó. En realidad el Ballet era el trasplante de un tablao flamenco al escenario de un teatro clásico porque todo estaba concebido para ensalzar la danza y la música flamenca y ello poniendo a los bailaores frente a los decorados de Picasso, que eran los mismos de cualquier tablao flamenco.

El Cuadro Flamenco se estrenó en el Teatro Lírico de París el 17 de mayo de 1921.

Fue, sin duda, una de las etapas más curiosas en la vida del artista, pero también como siempre dio un salto y se fue a otro mundo y tendrían que pasar muchos años antes de que volviese al Arte Efímero. Sucedió en 1961, en la fiesta de su 80 cumpleaños, porque los organizadores (Jaqueline, Cocteau y Luis Miguel Dominguín) quisieron sorprenderle con un cuadro flamenco que se llevaron expresamente de Málaga (no, la Trini, ya había muerto hacia bastantes años.)

Y según mi amigo Olano, que estaba presente, aquello fue la apoteosis, ya que Picasso hasta se arrancó y, con su guitarra y su sombrero cordobés, cantó algunas de las coplas que tantas veces había escuchado a la Trini.