Suelo escribir esta despedida desde Córdoba, antes de que comiencen mis vacaciones y las de muchos de los lectores, pero en esta ocasión, y por todo tipo de circunstancias, me encuentro ya en Fuengirola, así que puedo contar mi corto viaje a posteriori. El coche, un monovolumen, convertido en furgoneta. Pasajeros humanos, mi madre y yo. Otros seres vivos, un olivo bonsai de 20 años, un loro -yaco- de 15, que se llama Homero, y Kira, una perra teckel de pelo duro, que cumplió 3 años el día de San Juan. Por falta de espacio, no puedo enumerar los objetos que nos han acompañado, pero aparte del equipaje, que posiblemente sea lo más racional, hemos traído vino, aceite, regañás, aceitunas, naranjas, tomates y un jamón; en conclusión, productos de la tierra para nuestro consumo y para regalar a los amigos de aquí.

También hemos traído un banquillo para la cocina, un par de mochilas conteniendo el ordenador, varios libros y cuadernos, y un sin fin de objetos de escritorio. Este año, además, hemos tenido el extra de los congelados, porque ante la experiencia del año pasado, que se fue la luz y no quieran saber lo que me encontré al regreso, he dejado el congelador de Córdoba vacío.

Todo esto supone mucho trabajo y organización. Es como una expedición al Everest, pero sin sherpas ni nada. A Homero hay que convencerlo para que entre en su caja de transporte, que no le gusta ni pizca. Kira, completamente estresada, tras vomitar el desayuno, duda entre lanzarse sobre Homero o permanecer junto al cerro de bultos que se va formando ante la puerta, y yo, desesperada desde el principio, pierdo varias veces las llaves de la casa, las del coche, las gafas y el teléfono móvil.

Después de búsquedas frenéticas en la barahúnda, aparecen entre los tomates, en el bolsillo del pantalón -donde primero busqué- en el frigorífico y en el lavabo. Y en medio de esto, como un clavo en el subconsciente, los congelados con la cuenta atrás puesta, a pesar de las bolsas térmicas y las neveras portátiles.

La llegada a Fuengirola ha sido tan espectacular como la salida. A mí me da vergüenza que nos vean descargar, porque es que, de verdad, la gente se para asombrada, aunque vayan con niños, sombrillas, sillones y bolsos, camino de la playa. No quiero pensar que graben con los móviles y el vídeo se haga viral.

He tardado tres días en colocar y quitar de en medio. Lo positivo de este viaje ha sido que hemos llegado bien y que Homero ha aumentado su ya extenso vocabulario, porque oyendo la palabra una sola vez, ha aprendido a decir Antequera.