Leer periódicos antiguos es divertido. Cuanto más antiguos, más divertido. Hace poco andaba yo sumergido entre rotativos del siglo XIX cuando una noticia llamó poderosamente mi atención. El 1 de septiembre de 1859, un desaparecido diario local se hacía eco de los supuestos fenómenos extraños que estaban alterando el orden público en el castizo barrio de Santa Marina. Rezaba dicha información que desde finales de agosto era habitual que cada noche, un fantasma tocado con una larga sábana y una luz en la cabeza atemorizara a hombres, mujeres y niños del barrio. Por lo visto, el espectro emitía un ruido atronador, similar al de una bocina, que hacía estremecerse y esconderse en sus casas a todos cuantos se encontraban en la calle pasadas las doce.

También se había popularizado la creencia de que cuando la bocina se escuchaba frente a alguna de las casas, al día siguiente ocurría una terrible desgracia en su interior. Tan aterrados estaban los residentes de la calle Empedrada y alrededores que incluso habían dejado de sentarse a la puerta de sus casas para tomar el fresco por la noche y combatir así el estío. Ante la gravedad de la situación, las autoridades tuvieron que intervenir. A partir de septiembre, cada noche comenzó a vigilar la zona una patrulla compuesta por tres guardias de asalto.

Cada uno de ellos con su correspondiente porra de goma a la cintura, por si se encontraban con el espíritu y resultaba ser menos etéreo de lo que decían. La noticia apareció en varios medios locales, e incluso de otras ciudades, lo que ayudó a que el rumor se extendiera rápidamente. Los comerciantes del barrio llegaron a proveerse de existencias ante la esperada avalancha de turistas que acudiría al barrio atraídos por el misterioso personaje. Y cada noche, los agentes tenían que ahuyentar a las decenas de curiosos que deambulaban por las calles de Santa Marina en busca de emociones fuertes. Pero a finales de septiembre, los periódicos -incluido este Diario de Córdoba- daban por concluido el tema, asegurando que desde que la policía había iniciado sus patrullas nocturnas, el espectro se había esfumado. Los vecinos volvieron a sacar las sillas a sus puertas, y el asunto quedó en pura anécdota, para desconsuelo de comerciantes y aficionados a lo paranormal.

Cierto es que lo insólito no suele ocurrir cuando el lugar se encuentra abarrotado de curiosos. Que en la mayoría de los casos, el fenómeno es caprichoso y no se manifiesta cuando nosotros queremos. Pero en esta ocasión, todos los elementos apuntan a otra cosa bien distinta: un gracioso que quiso llamar la atención asustando a sus vecinos, y al que la broma se le fue de las manos. Un auténtico fantasma de carne y hueso que, probablemente, tuvo que acabar escondiendo su sábana blanca en algún oscuro rincón.