La huella de los templarios en Córdoba no se reduce únicamente a las posesiones listadas en mis artículos anteriores. Aunque apenas somos conscientes de ello, su efímero paso por la ciudad también marcó profusamente algunas de nuestras tradiciones. Así, cuenta la historia que en septiembre de 1275, las huestes musulmanas comandadas por el sultán Abu Yusuf, aliado del rey Muhammad II de Granada, se impusieron a las tropas castellanas de Alfonso X en la conocida como batalla de Écija. A partir de ese momento, las fuerzas islámicas comenzaron a avanzar, acercándose cada vez más a Córdoba, donde los templarios trataron de detenerlas.

Entre esos valerosos guerreros se encontraba fray Guillermo -Guido de Astigi según otras versiones-, un noble originario de Priego de Córdoba que se había ordenado en la orden del Temple en la última etapa de su vida, como tantos otros, para expiar sus pecados de juventud. Era muy devoto de la Virgen María, pero a diferencia del resto de caballeros de la cruz paté, nunca se confesaba al entrar al campo de batalla, pues su gran arrogancia le impedía reconocer sus errores. Algo que lamentaría profundamente cuando mordió el polvo a manos de un mahometano, y su cabeza salió rodando sobre el suelo cordobés.

La pelea continuó y, en medio del fragor de la batalla, ocurrió un suceso inesperado. Cuenta la leyenda que de repente, el cuerpo decapitado de fray Guillermo se levantó entre el resto de cadáveres cristianos y, tras recoger su testa del suelo, encadenó un paso tras otro para dirigirse a la capilla más cercana. Al verle llegar, los aterrorizados frailes no dudaron en exigirle a coro que regresara al inframundo: “¡Quita allá, si eres cosa del infierno, y declara si eres hombre de Dios!”. Pero su ensangrentada cabeza, aún bajo el brazo, les explicó que lo que estaban presenciando no era obra del diablo sino un prodigio de Nuestra Señora, quien le estaba manteniendo en pie hasta recibir confesión como favor por la gran fe que le profesaba. Tras escuchar sus palabras, los monjes accedieron a darle penitencia, y acto seguido fray Guillermo se desplomó sin vida.

Sus restos fueron finalmente sepultados en el cementerio de la iglesia del Temple en Córdoba, situada en la actual Parroquia de Santiago Apóstol, donde su tumba sería venerada tanto por sus hermanos templarios como por los cordobeses vecinos de la collación, que comenzaron a encomendarse a este orgulloso prieguense como sanador de los dolores de cabeza, por la especial benevolencia que la Virgen había mostrado hacia él en su lecho de muerte.

(*) El autor es escritor y director de ‘Córdoba Misteriosa’. Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net