a lo largo de este año se vienen celebrando en todo el mundo infinidad de actos por los dominicos con motivo del VIII centenario de la aprobación de las constituciones de la orden por el papa Honorio III en 1216. La efeméride también se ha recordado en Córdoba, donde la huella de los hijos espirituales de santo Domingo de Guzmán ha sido patente durante siglos y todavía en nuestros días se mantiene viva.

Además de la presencia de los frailes de hábito albinegro en dos comunidades, es un fenómeno generalizado en la ciudad el nombre de Álvaro que reciben numerosos recién nacidos en honor del beato dominico, considerado santo por aclamación popular. Asimismo otra figura que goza de un fuerte arraigo es la de fray Francisco de Posadas, cuyos restos se veneran en el templo de San Pablo el Real por sus devotos.

Desde los años treinta del siglo XVI hasta la exclaustración de 1835 la Orden de Predicadores en la capital cordobesa posee tres conventos con unos rasgos bien diferenciados. El de San Pablo el Real hace gala de una indudable solera y lleva una vida floreciente en el centro de la ciudad. Tanto la cifra de religiosos como los recursos de este aristocrático y poderoso cenobio contrastan con el reducido número de frailes y la penuria de medios del de los Santos Mártires, situado a orillas del Guadalquivir en el barrio de Santiago. El de Santo Domingo del Monte o Scala Coeli, aunque se encuentra aislado en el alcor de la sierra y padece pobreza material, goza de un reconocido prestigio en el plano espiritual por haber sido la cuna de la reforma dominicana.

La llegada de los dominicos a Córdoba se produce inmediatamente después de la toma de la ciudad por las tropas cristianas del monarca castellano Fernando III el 29 de junio de 1236, siendo el convento de San Pablo el Real la primera fundación de los seguidores de santo Domingo de Guzmán en tierras andaluzas. Este hecho le otorga una indudable primacía.

A pesar de la relevancia de San Pablo el Real en la vida local, los dominicos que tienen el mayor reconocimiento de la sociedad cordobesa son los mencionados beatos fray Álvaro de Córdoba o de Zamora y fray Francisco de Posadas, ambos conventuales en Santo Domingo de Scala Coeli. En el caso del segundo sus sermones alcanzan unas cotas altas de popularidad y el respaldo unánime a su testimonio de vida tiene uno de sus indicadores más elocuentes en el entusiasmo que despierta el proceso de beatificación iniciado poco tiempo después de su óbito.

El ingreso de fray Francisco de Posadas en la Orden de Predicadores va a estar precedido por serias dificultades que obedecen al estigma de la condición social y procedencia geográfica de sus progenitores. Estas circunstancias impiden su deseada toma de hábito en el convento de San Pablo el Real, consiguiéndolo en el de Scala Coeli después de salvar una serie de obstáculos.

Tras realizar los estudios de filosofía y teología, recibe la ordenación sacerdotal a finales de 1668 y empieza su andadura ministerial en Sanlúcar de Barrameda, sintiendo inclinación desde el principio por el campo de la predicación. Unos años más tarde vuelve definitivamente a Córdoba para incorporarse a la comunidad de Scala Coeli y a partir de 1674 se instala en la hospedería del convento situada junto a la Puerta del Rincón, donde lleva a cabo una incansable y fructífera labor pastoral hasta su fallecimiento en 1713.

La hospedería cobra un protagonismo singular con el asentamiento permanente de fray Francisco de Posadas, quien lo convierte en faro espiritual de la ciudad. El confesonario y el púlpito constituyen los dos instrumentos más eficaces en su ministerio apostólico. Al mismo tiempo, propaga la devoción al Rosario de Nuestra Señora.

La labor del popular fraile se proyecta con fuerza en la ciudad mediante los numerosos sermones que predica en sitios públicos -plaza de la Corredera- e iglesias con un elevado poder de convocatoria. Sus pláticas tienen en ocasiones como oyentes a los prelados de la diócesis, entre ellos el cardenal Salazar.

La atención espiritual a los presos de la cárcel real y la conversión de los berberiscos musulmanes que viven en la ciudad son también objetivos prioritarios en la encomiable tarea evangelizadora del predicador cordobés.

La labor pastoral experimenta una mayor dimensión con su acción caritativa desarrollada en favor de los enfermos carentes de recursos. Esta viva preocupación se manifiesta en el incondicional apoyo ofrecido al sacerdote Cristóbal de Santa Catalina, fundador de la congregación hospitalaria de Jesús Nazareno en febrero de 1673. Asimismo el beato dominico va a ser el impulsor del establecimiento asistencial de pobres incurables de San Jacinto.

En la década de los años noventa del siglo XVII la popularidad de fray Francisco de Posadas alcanza su máxima cota y su figura tiene el reconocimiento de la sociedad cordobesa. La fama en el campo de la predicación trasciende el marco local y justifica que su nombre aparezca en la terna de candidatos para proveer las diócesis vacantes. Sin duda, el principal valedor de su persona va a ser el cardenal fray Pedro de Salazar, cuya influencia resulta decisiva para que el fraile dominico sea electo obispo en dos ocasiones. Tanto en una como en otra renuncia a la dignidad episcopal, llevado por su humildad.

La admiración dispensada en vida al padre Posadas se acrecienta todavía más en el momento de su fallecimiento en septiembre de 1713. Su muerte provoca una fuerte consternación en la ciudad y de inmediato los cabildos municipal y catedralicio se hacen eco del luctuoso suceso y realizan demostraciones en honor del ilustre difunto.

Una de ellas es la petición hecha por el concejo al titular de la silla de Osio de iniciar el proceso de beatificación en octubre de 1718, asumiendo las arcas municipales los gastos que se originen. La iniciativa tiene una buena acogida en la autoridad diocesana y de inmediato comienzan las diligencias que se prolongan a lo largo de la centuria del setecientos. El proceso despierta un gran entusiasmo en todas las capas sociales, como lo refrendan las copiosas limosnas recogidas en las disposiciones testamentarias.

En los albores del siglo XIX la causa se encuentra muy avanzada y los denodados esfuerzos culminan con éxito el 20 de septiembre de 1818 al proclamarse beato en el Vaticano el dominico cordobés. Los festejos en señal de júbilo en su ciudad natal tienen por escenario las amplias naves de la iglesia de San Pablo el Real, donde en los primeros meses de 1819 se celebran solemnes funciones religiosas.