La diáspora veraniega ha comenzado. Lo noto en que hay algún que otro aparcamiento vacío en el barrio en zonas en las que habitualmente es misión imposible encontrar un hueco donde dejar el coche; los supermercados resultan más diáfanos; las calles céntricas menos atiborradas de gente para poder caminar por ellas sin temor a chocar. Esto es sólo el principio, pero los habitantes de esta ciudad la abandonan en cuanto pueden, huyendo de los previsibles calores. Se dispersan, según gustos y posibilidades, hacia los cuatro puntos cardinales: playa, montaña, mar y montaña, interior o extranjero; para una semana o dos o para meses. Si queda alguien que no lo sepa todavía, informo de que disfruto unas vacaciones familiares, sedentarias y de proximidad, o sea, que me voy a Fuengirola con mi madre, instalamos allí el campamento base y el resto de la familia va y viene. Por supuesto, nos llevamos a la perra, al loro y a un olivo bonsai del que no me separo desde hace más de veinte años.

Es un viaje corto que no llega a las dos horas. Nada que ver con aquellos madrugadores viajes de hace cincuenta años que incluían paradas obligatorias en Lucena o Benamejí, para desayunar, y en la famosa Fuente de la Reina, situada a más de 900 metros sobre el nivel del mar, actualmente punto de encuentro de senderistas y ciclistas, para refrescar los radiadores de los coches -600, 850 y poco más- que llegaban renqueando y echando humo. Luego, la gozosa bajada a Málaga, llena de curvas, eso sí, era coser y cantar. En el año 1973, gracias a la construcción de una nueva carretera dejamos de pasar por allí, pero la parada en Benamejí se mantuvo durante muchos años, hasta que la autovía estuvo terminada. Llegábamos a un bar a la salida del pueblo y pedíamos, sin el menor miramiento dietético, asadura, chorizo, morcilla... incluso comprábamos un jamón de esos que cuelgan sobre el mostrador como estalactitas porcinas, que tan atractivos resultan a la vista y al olfato, y un queso en aceite.

Ya no paramos en ninguna parte y podemos irnos a cualquier hora, porque el aire acondicionado del coche lo permite. El jamón me lo llevo de aquí; también el aceite y el vino. El año pasado Homero, el loro, aprendió a decir Antequera. Estaría gracioso que este año dijera claramente Montilla-Moriles. No todo es comida, bebida y huir del calor; voy cargada de libros y de papeles, la documentación de un par de trabajos que tengo pendientes. Que pasen unas felices vacaciones. En septiembre nos encontraremos aquí.