Entre quinarios, sermones y letanías pasamos en la gloria cuarenta días». Dos versos para no leer en Puente Genil, sino para entonar junto al hermano con el que se comparte mesa y mantel en torno a cuatro paredes mananteras y una bendita casa. Cada año, la cuaresma es uno de los periodos más esperados por los pontanenses que residen en el municipio y por los que emigraron derramando su vínculo con el pueblo en las aguas del Genil.

De ahí que durante las siete semanas que dura la cuaresma, cientos de personas salgan a la calle cada sábado para disfrutar de las multitudinarias subidas a la Plaza del Calvario del Imperio Romano. Al son de marchas y pasodobles le suceden a continuación personas con alma peregrina y alegre que imitan lo que ven. Porque esta tradición pasa de padres a hijos, de generación en generación, y ahí está el encanto de las noches cuaresmales de La Puente.

Sin embargo, eso es lo que se ve en calles como Aguilar, Cuesta Baena, Amargura o Don Gonzalo. Otra cosa es lo que pasa en el interior de una corporación bíblica. En sus tripas. Hay muchas formas de vivir la cuaresma y la Semana Santa de Puente Genil.

Esta es una más. Pero en el municipio se pueden contar unas sesenta. Por cantidad y singularidad, esta tradición se convierte en el elemento diferenciador de esta fiesta tradicional.

Porque cada casa, denominada cuartel, como lugar de convivencia y encuentro es donde se rinde culto a la amistad y hermandad entre los componentes, ya que es donde los hermanos unirán lazos para forjar amistades que quedan para la eternidad. Y cada cual tiene su estilo.

En la mayoría de los casos, las corporaciones están compuestas por unas 35 personas y están ubicadas en el entorno del casco histórico. Todas ellas cuentan en general con tres plantas divididas entre el vestíbulo, donde se produce la primera toma de contacto entre los asistentes e invitados con fraternales abrazos, tapas, y unas “uvitas”. ¡Una uvita, hermano! En ese momento, y casi de inmediato, llega un hermano para entregar una copa con un poco de vino con el que brindar junto a los que te rodean en ese instante.

Va entrando el gentío en calor y siente la acogida abierta que los pontanos brindan por bandera al de al lado. Sin darse cuenta, llega el momento de subir al salón. Al comedor para disfrutar de lo más puro y tradicional de cada cuartel. Y de un buen manjar. Para qué engañarnos. En la mesa no falta nada. Palabras para bendecir los alimentos que se van a tomar, cantos coreados en recuerdo a los hermanos «ausentes», saetas cuarteleras para ambientar el encuentro, y una dosis de felicidad peculiar que seduce hasta atraparte.

Todo arranca el Jueves Lardero, anterior al Miércoles de Ceniza. Jornada en la que la cuaresma pontana exalta a la curiosa estampa que sirve de calendario manantero. Esa no es otra que la Vieja Cuaresmera, una mujer vieja que sostiene un bacalao en la mano y una cesta con arenques y verduras en la otra - alimentos habituales en este periodo-. Pero lo llamativo de verdad sobresale bajo su falda. Siete patas que representan cada una de los sábados de cuaresma en Puente Genil.

Cada semana se eleva una de las patas y haciendo entrega de la misma de forma simbólica a algún hermano como reconocimiento a su labor con la corporación.

Cuarenta días de sentimiento. Siete semanas de vivencias. El cuartel como enclave para la unión, el abrazo, la emoción. Pero sobre todo, de una singular alegría que acapara el primer plano de la convivencia en el municipio. Y como se suele decir… ¡Viva el grupo!