Reconozco que fue realmente difícil no conmoverme cuando me enfrenté al testimonio de Genaro Romero. Este joven cordobés sufre una enfermedad que le mantiene en silla de ruedas desde pequeño, por lo que ha tenido que someterse a más de veinte operaciones. Tras una de ellas tuvo que recuperarse en el Hospital Universitario Reina Sofía, en la habitación contigua a la de un niño de unos cinco años enfermo de leucemia, rubito con los ojos verdes.

La del pequeño se encontraba aislada por unos gruesos cristales transparentes, y a menudo se comunicaban mediante gestos y jugaban a través del vidrio. Una tarde en la que el niño lloraba desconsoladamente, Genaro le prestó un juguete, un aparato con varias teclas que al pulsarlas emitía melodías y luces. Esa misma noche, la madre del pequeño entró en la habitación de Genaro para devolvérselo después de que su hijo se durmiera. A nuestro testigo ya no le apetecía jugar con ese aparato, pero necesitaba sus pilas, así que se las sacó y se puso a jugar con otra maquinita hasta quedarse dormido. El juguete apagado se quedó encima de la mesita.

A la mañana siguiente, cuando Genaro abrió los ojos, notó un revuelo inusual por los pasillos del hospital. Enfermeras corriendo y mucho movimiento en la habitación contigua. La cortina estaba corrida, así que salió despacio de su habitación y tembloroso, se asomó a ver lo que ocurría con su amigo.

Sus peores presagios se cumplieron al ver que su cuerpecito yacía boca arriba cubierto por una sábana hasta el cuello y, junto a él, su madre lloraba desconsolada. Parecía dormido, aunque nuestro protagonista sabía que no lo estaba.

Muy afectado, regresó a su cama, de donde ya no quiso salir en todo el día. Por más que pasaban las horas, la imagen del pequeño sonriendo y haciéndole gestos de complicidad desde el otro lado del cristal no abandonaba su mente. De repente, justo a las doce de la noche, todas las luces y melodías del juguete que aún se encontraba sobre la mesa comenzaron a ponerse en funcionamiento. La madre de Genaro, que dormía en el sillón junto a la cama de su hijo, se despertó sobresaltada, y como no encontraba el interruptor de apagado se fue directamente al compartimento de las pilas para quitárselas. Pero al abrirlo comprobó que se encontraba vacío. «Mamá, ¿no te acuerdas que anoche se las saqué y se las puse a maquinita?», le recordó su hijo con los ojos como platos. ¿Pudo el niño activar este aparato a modo de mensaje, ya que nunca tuvo ocasión de despedirse de su amigo?

(*) El autor es escritor y director de ‘Córdoba Misteriosa’. Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net