“Hijo mío, busca un Reino igual a ti, porque en la Macedonia no cabes». Cuentan que le dijo (Plutarco, Vidas paralelas) el Rey Filipo a su hijo Alejandro tras hacerse fácilmente con el control del indómito Bucéfalo que había rechazado a los generales de sus ejércitos. Pues algo parecido debió decirle el padre a su hijo Pablo cuando un día (a los 13 años y ya en Galicia) le entregó su paleta y sus pinceles al ver como pintaba desde niño. Don José Ruiz y Blasco, asombrado, se limitó a decirle: «Pablo, hijo, aquí tienes mi paleta y mis pinceles, yo abandono… Sigue tú, tú has nacido para pintor».

Y así fue, como se comprueba en sus primeras obras (a la primera la llamó El picador amarillo, la pintó cuando solo tenía 8 años y con 9 hizo Crepúsculo en el puerto de Málaga) y así sería a lo largo de toda su vida (vivió 91 años). En ese largo trayecto Picasso batiría todos los récords del mundo del Arte. Según sus biógrafos pintó 13.500 obras, realizó 34.000 ilustraciones y esculpió más de 300… y de ellas se hicieron 150.000 impresiones. ¿Y qué podía esperarse de quien se dice (lo dijo su madre) que la primera palabra que pronunció cuando sólo tenía unos meses fue piz, diminutivo de lápiz?

Pero las curiosidades y las obsesiones de Picasso no tienen límite. Porque curioso es estudiar la geografía de sus obras y ver dónde pintó cada una de ellas. Según un estudio realizado por la Sorbona de París estas fueron las ciudades donde pintó el Genio: París, 9.594; Mougins, 4.275; Vallauris, 2.698; Barcelona, 1.660; Royán, 638; Madrid, 288; Coruña, 272; Horta d’Ebre, 155; Londres, 153; Vanvenarges, 144; Málaga, 144; Dinar, 121; Roma, 120; Sorgues, 102; Schoorl, 85; Montecarlo, 65; Biarritz, 61; La Rue-des-Bois, 25; Ports del Maestrat, 12; Pompeya, 8; Perpiñán, 5; Bratislava, 3; Cartagena, 2; Sheffield, 2; Lehavne, 1; Holland, 1; Palau i Fabre, 1; Alicante, 1; Valencia, 1; Caracovia, 1; Varsovia, 1.

«Yo hago lo imposible, porque lo posible lo hace cualquiera», «Yo no busco, yo encuentro». Otro tanto podríamos decir de sus obsesiones, ya que cuando se enamoraba de un tema o de una mujer lo pintaba incansablemente. Se sabe, por ejemplo que antes de dar por terminado el Guernica realizó más de cien bocetos, que cuando quiso hacer sus Meninas (por su admiración a Velázquez) pintó más de 30 veces la obra. O su obsesión con los Arlequines y el mundo del Circo… o con sus mujeres: a Jacqueline le dedicó hasta 282 obras, a Dora 262 y a su hija Paloma más de 100. Lo mismo puede decirse de sus autorretratos, pues se pintó más de 40 veces. Era una obsesión permanente y durante toda su vida se empeñó en hacer lo imposible, tanto que cuando algún crítico le aplaudía, pero le censuraba no haberse atrevido con algún tema, esa misma noche lo realizaba para demostrar que se atrevía con todo.

Y hay otro Picasso menos conocido, el del Arte Efímero, los decorados y los trajes que hizo durante su Etapa Musical (su amigo Max Jacob la llamó «periodo duquesa»).

Entre 1918 y 1923 entró en contacto con los Ballets rusos que estaban de gira por Europa. Fue Jean Cocteau quien le puso en contacto con el director y empresario Sergei Diagilev y tras varias reuniones Picasso aceptó trabajar en el ballet Parade para realizar los decorados y vestuario por 5.000 francos y 1.000 más por si tenía que trasladarse a Roma. Fue en ese momento cuando conoció a la bailarina rusa Olga Khokhlova, que llegaría a ser su primera mujer oficial. La música la compuso Stravinsky. Parade se estrenó en el teatro Chatelet de París y fue, según su amigo Apollinaire, el comienzo del surrealismo. A pesar del mucho trabajo Picasso buscó tiempo para llevar a su nuevo amor a Barcelona para que conociera a su familia y a sus amigos y se casó con ella el 12 de julio, con Cocteau, Max Jacob y Apollinaire como testigos.

Durante 1919 trabajó en otro ballet, El sombrero de tres picos, basado en la novela de Pedro Antonio de Alarcón y con Falla como compositor de la parte musical. La obra se estrenó en Londres con un gran éxito, quizás por el número que se introdujo a petición del español de un cuadro de baile flamenco, lo que dio lugar a que en la capital inglesa se abrieran numerosas escuelas de danza española… y no sólo eso, sino que gracias a la nobleza de la rusa Olga entró en la alta sociedad londinense y hasta cambió su vida social, pues abandonó del todo su vida bohemia y se le podía ver vestido elegantemente en cócteles o comiendo en los restaurantes más caros.

Y todavía hubo una tercera ópera, Pulcinella, en la que Picasso volvió a dar un paso más en su afán de renovación permanente, tal vez inspirado en la antigüedad mediterránea y en los frescos pompeyanos que había visto en su viaje a Nápoles.

Pero no menos curioso es el récord que batió muchos años después al venderse algunas de sus obras en subasta (principalmente en la sala Christie’s de Nueva York): Las mujeres de Argel, 180 millones de dólares. El sueño, 155. Desnudo, hojas verdes y busto, 106. Muchacho con pipa, 104. Dora Maar con gato, 96.

Y así podíamos seguir, porque todo en la vida de Picasso es «imposible», de superar. A pesar de ello hablaremos de sus nueve mujeres.