Justo por esas fechas en que los consumidores empezaban a preguntarse por qué deben pagar 3 euros por un kilo de tomates, reconforta pensar que hace cuarenta años los tomates estaban (eso sí, en pleno verano) a 30 pesetas el kilo (0,18 euros). Y aquellos, a lo que la memoria alcanza, sí que eran tomates, de huertas cercanas, aromáticos y de carnes duras. La subida de este producto es, con mucho, superior a la media de 5,5 por la que, según los estudios realizados, deben multiplicarse los precios de 1978 para calcular los actuales.

Lo de multiplicar por 5,5 sale para algunos productos, caso de la gasolina, o de los bolígrafos, o aún del precio de la carne, pero falla estrepitosamente cuando se habla del precio del corte de pelo, de los libros de texto, del periódico o del café servido en el bar (que han subido más), y se equivoca también, en este caso a favor del consumidor, para productos como la leche, los electrodomésticos o el trabajo del dentista, que son en la actualidad proporcionalmentemenos caros de lo que eran.

En 1978 la conciencia social despertaba, y, con ella, el descontento de los trabajadores. En aquella época, los políticos expresaban honda preocupación por la cifra de desempleados, que situaban en 20.693 para la provincia de Córdoba, y las protestas jornaleras, las marchas y los encierros en los ayuntamientos, empezaron a ser uso habitual. También los trabajadores del comercio se rebelaban, y hasta los panaderos tuvieron su conflicto. Estos últimos hicieron una protesta contra sus patronos negándose a las horas extras, con lo que las amas de casa se apresuraron a acumular pan en previsión de carestías.

Sirvan estas pinceladas de ambiente para regresar en el tiempo a una sociedad pobre, con grandes diferencias sociales y un espíritu que despertaba al debate político y a la reivindicación. Pero una sociedad, que al igual que la del resto de España, había superado los años duros, y que, sobre todo, veía en familia la televisión. Con ella, con la libertad recién estrenada y con unos deseos de expansión hasta ahora desconocidos, los cordobeses se suben, al igual que los españoles, al carro del nuevo consumismo, de las modas, del destape y las películas X, de las costumbres alimentarias foráneas (empiezan a abrir establecimientos de venta de perritos calientes y burger), de las marcas, de los electrodomésticos y de los coches, que pasan ya del tamaño pequeño al mediano.El Ford Fiesta se convierte en el coche más vendido de aquel año. Y las chicas y chicos con posibles ya no tienen que salir al extranjero para comprar sus Levis Strauss. Las costumbres estaban cambiando, pero las familias conservaban esas virtudes de ahorro que por fuerza se impusieron en la postguerra. La comida se aprovechaba, con los restos del cocido se hacían croquetas, y las lentejas sobrantes se servían con arroz. El pollo, que se vendía a 100 pesetas el kilo, seguía siendo la carne más consumida. Tirar un alimento era pecado y las imágenes de lasmisiones (el chinito del Domund) recordaban continuamente que aquí no se vivía tan mal.

Las clases altas, en parte por su origen agrario (hay que guardar, por si la próxima cosecha no es tan buena) y en parte por tradición, no alardeaban en público más de la cuenta (aunque todavía se celebraban fastuosas puestas de largo en el Círculo de la Amistad), y el resto... Ya se sabe.

Hablar de dinero estaba considerado de mal gusto, y hasta los anuncios de prensa, salvo los de rebajas de textil (Galerías Preciados, Zafra Polo) eludían indicar el coste de los productos. Ese año 1978 empezaron a circular los billetes de 5.000 pesetas. Por aquellas fechas, con el billete morado se podía salir a la calle y volver con dos pares de zapatos, mientras que ahora el billete de cien euros (16.000 pesetas) alcanza para unas botas o unos zapatos de calidad. En rebajas, podía adquirirse un vestido de señora por 695 pesetas, y un traje de caballero por 3.000, y una lavadora costaba en torno a las 20.000 pesetas. Los electrodomésticos, especialmente las novedosas televisiones a todo color y los todadiscos y cassetes, eran proporcionalmente mucho más caros que los actuales para unos salarios que, según sectores, podían rondar las 30.000 pesetas (26.000 mensuales pedían los dependientes del comercio en la negociación de su convenio). Curiosamente, existía la modalidad de alquiler de televisiones, que incluía el servicio técnico, todo ello por 600 pesetas mensuales.

En cuanto a la cesta de la compra alimenticia, los precios oscilaban más según mercado, pero las patatas rondaban las 12 pesetas el kilo; los tomates, como ya se ha dicho, las 30; las judías verdes variaban entre las 40 y las 60 pesetas; las ciruelas, entre 20 y 32; el melón rondaba las 45 pesetas y los plátanos estaban a 60 el kilo. El litro de aceite de oliva rondaba las 130 pesetas, y el de leche las 30 (en este último caso, la evolución del precio no ha sido muy favorable a los ganaderos y a la industria, dado que actualmente puede comprarse por 0,65 euros). En cuanto al pan, que entonces era todavía un producto de primera necesidad y objeto de protestas sociales cuando subía más de la cuenta, la cordobesa telera andaba en 15 pesetas, igual que la barra, mientras que la viena de bocadillo se vendía a 6 pesetas.

Por el precio de 11 pesetas se compraba un billete de autobús de Aucorsa, que todavía era una empresa privada, por 125 pesetas se sacaba un pase para la sesión de cine y por 1.100 pesetas podía adquirirse una magnífica entrada de tendido de sombra en los toros, en plena Feria de Mayo. Hoy esa entrada cuesta diez veces más.