En el casi medio centenar de entrevistas que han formado el rostro de esta serie de nuestras tropas en el Líbano está el mismo código genético, con ese ADN militar de la «satisfacción por el deber cumplido», de los relatos que cuentan las bibliotecas o museos de sus unidades por muchos siglos que lleven en los estantes. El explorador de la Almansa siempre estará, a caballo con lanza o en un vehículo blindado, listo «para echar el pie a tierra cuando sea necesario», como cuenta Roberto Tejada, cordobés «de toda la vida» y el más pequeño de todos, 22 años. Antonio López (Añora, 35 años) quitará nieve de la carretera, a pala como los antiguos o en la moderna máquina quitanieves con la que opera con su pelotón en la zona bajo responsabilidad de Naciones Unidas, soñando «con zamparme un buen potaje de mi madre» a su vuelta a casa. Rafael Núñez (Constantina, 29) estará pendiente de que las máquinas del gimnasio estén perfectas, que las clases de spinning, pilates o kick boxing sean a su hora, que haya series, películas y partidos en las televisiones de la base, que el sábado haya cine o que la biblioteca tenga esa novedad de la que se habla a miles de kilómetros en Cerro Muriano. El agua, la comida, la gasolina, la munición son menesteres del capitán Arévalo (Ronda, 42), a quien por cierto Maruja le pregunta una y otra vez a su regreso que cuándo será la próxima mientras cuida de su hija, que es su esposa, la madre de sus dos hijos. De dos perros, Razi y Jaro, no para de hablar el cabo Morillo (Martín de la Jara, 44). Con ambos inspecciona cada día todos los vehículos que entran en la base Miguel de Cervantes, aunque los tres disfrutan sobre todo “con las exhibiciones que les hacemos a los niños”. Los cabos Benítez, Briones y los soldados Arenas y Pelado se pasan las semanas hablando en inglés y por gestos. Son jefes y operadores de comunicaciones y viven en bases de otros contingentes bajo mando español en posiciones a lo largo de la Blue Line, algunas remotas y aisladas en el duro invierno que ya pasó, de indonesios, nepalís, serbios e indios, respectivamente. Todos ellos sirven en Caballería, Ingenieros, UABA, Logística, Cuartel General o Transmisiones. Pero el tráfico, aquí o allí, en España o en el sector este de Líbano, lo dirige la Guardia Civil. Y si hay un accidente, abre parte y diligencias.

POLICÍA MILITAR

«Al principio fue un shock, venir a una misión internacional siendo Guardia Civil es extremadamente difícil pues venimos doce y hay más de 600 solicitudes», cuenta el leonés Hugo Torre (40 años), policía militar en la UGUCI. En Líbano se encargan del equipo de investigación de accidentes, policía judicial, fiscal, control de paquetería en la terminal y escolta del general Lazaro, entre otros cometidos administrativos y burocráticos. Pero quien manda, el Provost Marshall del cuartel general y jefe de unidad, es el comandante Leal Bernabéu (Tarragona, 35 años). «Mi función —explica— es asesorar al general jefe del sector en asuntos de seguridad, orden y policía militar». «Desviaciones de conducta», lo califica. Es decir, «llevar a cabo todas las tareas que la Guardia Civil puede llevar a cabo en España». «Como guardia no puedo evitar que se me salten los ojos cuando veo determinadas cosas que en España hace mucho que no pasan. Uno se da cuenta del resultado final de las políticas integrales, como las campañas de la DGT». Pero en Líbano todo pasa por el reflejo de una situación posterior a una guerra de la que hace poco más de una década. «Yo vine en la segunda rotación —esta es la número 26— en 2007, un año después del conflicto (con Israel), y las infraestructuras quedaron bastante dañadas», comenta el capitán de la Unidad de Abastecimiento José Antonio Arévalo. «La población estaba desesperanzada. En la segunda, en 2014, las infraestructuras habían mejorado notablemente y ahora la población está mucho más abierta y afectiva. Tengo amigos libaneses desde hace 10 años», exclama. «Ver este tipo de países que arrastran guerras interminables tras de sí te hace valorar más aún las posibilidades de vida y bienestar que nuestro país nos ofrece», añade el capitán del Escuadrón Ligero-Acorazado Francisco Freire (Monforte de Lemos, 32 años). Lleva solo un año y dos meses en Cerro Muriano «y no es fácil crear desde los cimientos una nueva unidad. No obstante, en abril de 2016, mi nuevo escuadrón tuvo que modificar su esfuerzo y en siete meses estábamos en Líbano». «Aquí sorprenden y admiran los medios y materiales tan modernos que tenemos», sostiene el jefe del nuevo Grupo de Caballería Almansa II. Pero al cabo primero Algar (Córdoba, 40 años), también de Caballería, le sorprende aún más «el número de refugiados sirios desde que estallase la guerra en su país». «Hacer que te vean en casa a diario y hablar con ellos los tranquiliza. La distancia siempre se lleva mal, sobre todo cuando tienes hijos pequeños que no entienden tu ausencia».

De ausencias saben más que nadie los miembros de la Unidad de Transmisiones. Paradójicamente, los que ponen en contacto a unos con otros, allí y con España, son los que viven a pulso más alejados del ajetreo de la base y las dos posiciones españolas en Líbano. El cabo Benítez, malagueño (44 años), opera con el batallón indonesio en la posición 7-1, la más al noroeste del país. «Hay diferencias culturales, aunque la convivencia es fácil porque siempre están felices». Es su tercera misión en Líbano con la Guzmán el Bueno y siempre recuerda su primera experiencia: «No fue miedo, sino intranquilidad de lo que te podías encontrar (...), pero pronto me di cuenta de que era una grandísima experiencia y es lo que le digo a mis compañeros cuando vienen por primera vez».

Con los nepalís está el cabo Briones, jiennense (34 años). La UN 8-30 es mayor y tiene 15 kilómetros de Blue Line. Controla los campos de Blida y la famosa tumba de Sheik Abbab. «Al principio me dio la sensación de que tenían un carácter reservado, pero tanto a mí como a mi compañero nos han acogido muy bien y somos uno más --dice-- aunque echo de menos la comida casera y pasear con mis mascotas».

Más al este está el batallón indio, donde trabaja el soldado Pelado Pérez (Jaén, 27 años). La posición 4-2 es la base principal al norte que domina las granjas de Shab’a, tomadas una y otra vez por los pastores libaneses que desafían con sus rebaños los controles israelíes. Precisamente, en una de las zonas de control indio, la 4-7C en Bastarra, saltó la mecha en 2006 del último incidente armado entre ambos países cuando fueron secuestrados tres soldados de Israel. Para subir al último de los puestos de observación, de seis de la mañana a seis de la tarde, hay que andar 40 minutos por una zona escarpada, en el límite con Siria. «Aquí la comunicación es más complicada por el idioma porque algunos no hablan inglés, pero al final nos entendemos». Más fácil lo tiene con los serbios el soldado Arenas (Córdoba, 26 años), en la 9-66, o el sargento Calvo (Jaén, 28 años), siempre de aquí para allá a bordo de una de las estaciones Soria sobre un vehículo Lince. «Trabajar en una unidad multinacional es una experiencia muy enriquecedora, tanto personal como profesionalmente conoces otras culturas y trabajas por un objetivo común», resume el jefe de la unidad, el teniente Muñoz Gómez (Córdoba, 30 años). Un objetivo al que le quedan pocos meses.

Estos días, en la base Miguel de Cervantes en Marjayún, circula un wassap que ha traspasado ya las fronteras: «No sé si lo sabéis pero... Queda una semana para la Semana Santa, dos para la Cata, tres para las Cruces, cuatro para los Patios, cinco para la cata en la plaza de toros, seis para la Feria y siete...». Gracias. Feliz retorno.

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