Nos encontramos ante una etapa apasionante para los amantes de la historia. Los avances científicos al fin permiten descifrar mensajes que hasta ahora permanecían ocultos, dando solución a enigmas que habían intrigado a los investigadores durante siglos. Si la semana pasada se conocía que el Códice Voynich, el manuscrito «más misterioso del mundo», por fin comenzaba a desencriptarse, hace pocos días le tocaba el turno a la correspondencia privada que intercambiaban entre sí el rey Fernando el Católico y don Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán.

En dichas cartas, codificadas con una regla secreta sumamente avanzada para su tiempo, el monarca mostraba su disconformidad ante las arriesgadas decisiones del militar cordobés. Debemos recordar que don Gonzalo cambió la forma de hacer la guerra para siempre, y es lógico que el prudente Fernando tuviera reticencias ante ciertas estrategias que nunca antes se habían puesto en práctica sobre un campo de batalla. Dichas misivas datan de la primera década del siglo XVI, un momento trascendental para nuestra historia. En ellas, el Rey Católico ordenaba a don Gonzalo regresar a España. Pero él le desobedeció para quedarse en Nápoles, intuyendo que el rey francés incumpliría el acuerdo de paz firmado tres años antes. Y así lo hizo. Carlos VIII de Francia lanzó sus huestes sobre el reino napolitano. Un ejército profesionalizado que venía de ganar la Guerra de los Cien Años ante Inglaterra, y que se disponía a aplastar a una tropa española a la que superaba en una proporción dramática.

Nuestro Gran Capitán, limitado por los temores de su rey -que no le permitió contratar los mercenarios que necesitaba- no se dio por vencido, y jugó sus pocas bazas como nunca se había hecho hasta entonces. En primer lugar, eligió cuidadosamente el lugar donde debía librarse la batalla: Ceriñola, un terreno escarpado sembrado de olivos, muy similar a la zona situada entre Montilla y Cabra donde pasó su infancia, en la que se desenvolvía mejor que nadie. Allí sus hombres tuvieron tiempo de cavar un foso y preparar una ingeniosa emboscada.

Al llegar los franceses, tan solo vieron unos cuantos españoles a pie, y se abalanzaron sobre ellos con sus caballos. Cuando se encontraban a solo 50 metros, los alcabuceros patrios comenzaron a disparar a los corceles, mientras del foso surgían las lanzas de cientos de hombres que se hallaban escondidos.

El impacto fue brutal. El fuego devastó la primera línea gala, mientras que la infantería se encargó del resto. Tras un combate épico, el balance de la jornada se saldó con 100 muertos en el bando español, por 4.000 para el francés. Y podían haber sido más, ya que cuando el enemigo huía, don Gonzalo le dejó escapar para no incrementar aún más su humillación. La campaña de Ceriñola fue la mayor gesta del ejército español, y de la táctica allí utilizada por el genio cordobés nacería la estrategia de los Tercios, llamada a convertirse en la fuerza dominante en Europa durante el siglo siguiente.

Ahora que el código secreto utilizado entre el Gran Capitán y su rey ha sido descifrado, pronto podremos conocer muchos más detalles que nos ayudarán a entender mejor el nacimiento del Imperio español.

(*) El autor es escritor y director de «Córdoba Misteriosa». Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net