Amadeo de Saboya lo dijo bien alto antes de marcharse: «Me voy. A este país no hay quien lo entienda», y casi un siglo después Fraga lo dijo como Ministro de Turismo: «España es diferente»... Y los dos tenían razón (aunque Fraga se equivocó luego cuando dijo «la calle es mía», puesto que las calles españolas fueron y serán siempre de las izquierdas). Porque si no, ¿cómo se explica que unos señores que están en la cárcel en el mes de marzo ocupen el Gobierno y la Jefatura del Estado el 14 de abril? Pues eso fue lo que sucedió aquella mañana y bien claro lo dejó el Almirante Aznar al comentar el resultado de las elecciones municipales del día 12: «Señores, aquí no pasa nada, sólo que anoche España se acostó monárquica y hoy se ha levantado republicana».

Fue la vorágine, ya que a las 12.30 horas del 14 de abril el Conde de Romanones, en representación del Rey, se sentó frente a ‘Don Niceto’, en casa del Doctor Marañón, para rendir la Monarquía.

--Amigo Alcalá-Zamora, vengo a decirle al presidente del ‘Comité Revolucionario’ que Su Majestad está dispuesto a abdicar y buscar con ustedes un pacto para el cambio de Régimen. Don Alfonso sólo pide tiempo, el tiempo necesario para hacer las cosas bien.

--Señor Conde, mi querido Álvaro, el tiempo de los pactos ya pasó... Yo sólo le puedo decir, en nombre del ‘Comité Revolucionario’ que presido, que si el Rey no se ha marchado antes de que se ponga el sol esta tarde no le podemos asegurar lo que le pase, a él y a su familia.

La suerte estaba echada. Porque la respuesta del Rey no se hizo esperar. Don Alfonso XIII, él solo, dejando a la Reina y sus hijos en el Palacio Real, que estaba rodeado de radicales exacerbados, salió de Madrid y antes de que amaneciera el día 15 estaba en Marsella. Eso sí, dejaba para la Historia este comunicado:

«Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que no tengo el amor de mi pueblo. Mi conciencia me dice que ese desvío no será definitivo porque procuraré siempre servir a España, puesto el único afán en el interés público hasta en las más críticas coyunturas.

Un Rey puede equivocarse y sin duda erré yo alguna vez; pero sé bien que nuestra Patria se mostró en todo momento generosa ante las culpas sin malicia.

Soy el Rey de todos los españoles y también un español. Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero resueltamente quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro, en fratricida guerra civil. No renuncio a ninguno de mis derechos porque más que míos son depósito acumulado por la Historia, de cuya custodia ha de pedirme un día cuentas rigurosas.

Espero a conocer la auténtica y adecuada expresión de la conciencia colectiva y mientras habla la nación suspendo deliberadamente el ejercicio del poder real y me aparto de España reconociéndola así como única señora de sus destinos.

También ahora creo cumplir el deber que me dicta mi amor a la Patria. Pido a Dios que tan hondo como yo lo sientan y lo cumplan los demás españoles.» (14-04-31)

Aquella noche, cuando ‘Don Niceto’ se acostó no pudo evitar recordar al niño Niceto Alcalá-Zamora que, montado en un burro, iba desde Priego a Cabra en busca de una talega de sobresalientes y soñando con la gloria. ¡Ya era Presidente del Gobierno de España!... y meses más tarde sería Presidente de la Segunda República.

Sin embargo, ahí comenzó su vía crucis particular, el que le llevaría a morir en el exilio, lejos de España, solo y olvidado por todos, pues no habían transcurrido ni un mes cuando tuvo que enfrentarse a la quema de iglesias y conventos, y a los primeros desafueros de los radicales. Entonces cometió su primer error, ya que se plegó ante Azaña cuando dijo aquello de «la vida de un republicano vale más que todas las iglesias y conventos de España»... porque como presidente del Gobierno tuvo que hacer cumplir la Ley y detener a los facinerosos que se habían apoderado de la calle. Y no lo hizo (cosa que ya no le perdonarían los católicos, como se comprobó en las elecciones generales al conseguir su Partido Liberal Progresista sólo 22 diputados frente a los 115 del PSOE, los 94 de los radicales y los 59 de los radicales-socialistas).

La siguiente estación de su vía crucis le llegó con los debates del Artículo 26 de la nueva Constitución, pues trataba de las relaciones del Estado con la Iglesia y allí en el Congreso se encontró con el «España ha dejado de ser católica» de Azaña y la mayoría parlamentaria de las Izquierdas. ‘Don Niceto’ y su amigo y correligionario Miguel Maura no pudieron con la ola anticlerical que les arrasó... y como católicos practicantes que eran ambos no les quedó otro remedio que dimitir, Maura como ministro de la Gobernación y él como presidente del Gobierno provisional. Naturalmente para ‘Don Niceto’ aquello fue un golpe bajo. Pero su vía crucis no había hecho nada más que comenzar.

Porque muy poco después tuvo que tragarse también la radical condena del Rey don Alfonso por sus responsabilidades en el golpe de Primo de Rivera y la Dictadura. Cuando Alcalá-Zamora leyó el texto definitivo que aprobaban las Cortes se quedó de una piedra, pues se le vino a la cabeza que él había sido dos veces ministro con el Rey que ahora se maldecía. Aquel texto era, ciertamente, cruel para el hombre que había reinado 29 años (ver texto completo de la condena al Rey en la página web www.diariocordoba.com).

Las siguientes estaciones fueron su propio ascenso a la presidencia de la República, porque como no era tonto percibió enseguida que le daban la Jefatura del Estado para apartarlo de la política activa. También le afectó la revolución de Asturias, porque entonces tuvo que aceptar que el Gobierno de derechas metiera en la cárcel a los responsables e incluso al propio Azaña y después la dura represión de los vencidos en Asturias y muy duro fue el tener que aceptar que Gil Robles y la CEDA entrasen a formar parte del Gobierno.

Pero la estación más dolorosa sería la de su cese como presidente de la República, ya que se produjo por una ilegal fórmula que se inventó Indalecio Prieto y los socialistas. Aquello si que le conmovió, hasta el punto de que, despechado, cogió a su mujer y a sus hijos y se fue a un crucero por los países nórdicos, y estando navegando por la Costa Báltica le llegó la noticia de la sublevación del ejército y el estallido de la Guerra Civil, ya que ello le convenció de que su acción política había sido un fracaso.

¡Ay! pero el vía crucis familiar le acabó de hundir, ya que si mal recibió la noticia de la muerte de su hijo Pepe en marzo de 1938, alistado en el ejército de la República y militante del Partido Comunista, mucho más le afectó la muerte de su fiel esposa y compañera, Purificación Castillo Bidaburu, el 13 de mayo de 1939. A partir de ahí ya fue una marioneta del Destino. Primero se ubicó en París, luego pasó por algunos países de África, hasta que por fin desembarcó (441 días después de salir de España) en Buenos Aires. Y en Argentina vivió, desilusionado, hundido moralmente y soñando con su perdida España hasta que le llegó la muerte en la madrugada del 18 de febrero de 1949, con la cruz entre sus manos y cerca de su corazón un puñado de tierra que había conservado de su finca La Ginesa, cerca de El Cañuelo, una aldea de su Priego natal. ¡Qué lejos quedaban las glorias de la República!