Hoy se celebra en nuestra ciudad la tradicional Romería de Santo Domingo, en la que una colorida caravana de cordobeses a pie, en moto, caballo o carroza, asciende desde la avenida de la República Argentina hasta el Santuario de Santo Domingo de Scala Coeli, situado a los pies de la Sierra Morena. Este evento honra cada año la figura del fraile dominico San Álvaro de Córdoba, fundador de dicho convento en 1427.

Aunque nació en Zamora, este beato se hizo célebre en nuestra ciudad por protagonizar uno de los sucesos prodigiosos más notorios de nuestra tradición piadosa. Se cuenta que durante la construcción del mencionado cenobio se quedó sin recursos para tallar la gran figura de Cristo crucificado que soñaba instalar en el altar mayor. Pero un buen día, cuando regresaba de prestar su ayuda en el hospital de pobres del Rinconcito, encontró al borde del camino un hombre tumbado en el suelo. Pronto se acercó a asistirlo, y con cuidado, amparó su cuerpo con sus manos contra el pecho. Dulcemente, incorporó al moribundo, le proporcionó agua, y se quedó junto a él a la espera de que pasara algún carruaje para transportarlos hasta un hospital cercano. Pero viendo que esto no ocurría, y que aquel desahuciado requería ayuda inmediata, lo envolvió con su capa y subió con él sobre sus hombros hasta el convento.

Una vez allí, varios frailes lo recogieron, y sin quitarle la capa que lo cubría, lo tumbaron en una cama para asistirle. Pero cuando retiraron el manto descubrieron que el moribundo había desaparecido, y en su lugar hallaron una gran talla de Cristo crucificado. Los hermanos, asombrados por el milagro, lo entronizaron aquella misma noche en el altar mayor, y emprendieron sus rezos que se prolongaron toda la noche.

Este no fue el único suceso extraordinario que se le atribuye. Dicen también que cuando los mendigos subían hasta el convento de Santo Domingo a pedir sustento, Álvaro convertía las rosas que habían recogido por el camino en pan para alimentarse.

Una tarde no acudió a la hora de la oración. Esa misma madrugada, sus hermanos comenzaron a escuchar el tañer de la campana del cenobio sin que nadie la tocara. Incluso por momentos parecía estar doblando a muerto. Cuando los monjes visitaron la celda del hermano Álvaro, descubrieron entristecidos que estaba agonizando. Y cuál sería su estupor al comprobar que, coincidiendo con el último suspiro del beato, la campana dejó de tocar sola.

Aquí nace la leyenda, pues desde aquel momento, los monjes aseguran que la misma comenzó a tocar de forma espontánea cada vez que se acercaba la muerte de algún hermano de la comunidad, avisando de esta manera al prior para iniciar los preparativos. Y se silenciaba también, sin ninguna intervención humana, cuando llegaba el fatídico momento.

Como se consideró que se trataba de un objeto milagroso, y dada su estrecha relación con San Álvaro, la campana se ha convertido en una reliquia muy venerada. Verla con mis propios ojos motivó hace unos meses mi visita al convento. Allí pude fotografiar el misterioso objeto con mi cámara, comprobando que era más pequeño de lo que esperaba. Y lo más importante, tuve ocasión de consultar al padre José Antonio Segovia, superior de los dominicos de Scala Coeli, por las propiedades extraordinarias de la misma. Cuál sería mi sorpresa cuando el fraile me confió que hace algunos años enfermó un monje del convento, y los hermanos colocaron la campana junto a su cama, con el fin de que avisara ante cualquier atención que pudiera necesitar. Todo iba bien hasta que una mañana, la misma comenzó a sonar repetidas veces. Cada vez que los monjes acudían apresuradamente a socorrerle, el enfermo les aseguraba desde su lecho que él no los había llamado. Esa tarde falleció.

Sea por la hermosa decoración del templo, por las leyendas de San Álvaro o por este avisador de mal agüero, les recomiendo encarecidamente que antes de que termine la primavera aprovechen cualquier domingo para subir hasta el convento de Santo Domingo. Eso sí, una vez allí, ni se les ocurra tocar la campana para ver cómo suena, pues su leyenda garantiza que si alguien ajeno a los dominicos cometiera tamaña osadía, lo pagaría nada menos que con su vida. Advertidos quedan.

(*) El autor es escritor y director de «Córdoba Misteriosa». Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net