Una joven amiga mía cuenta que aún está traumatizada por no haber llevado bocadillo al colegio durante su etapa de educación primaria. El padre entraba a trabajar muy temprano y la madre, que empezaba más tarde, les quería educar -a ella y a su hermano- en la autonomía personal, es decir, que se ocuparan ellos del asunto; pero, al parecer, eso no era posible, porque en la casa no había pan, pan, ni fresco ni en el congelador; había pan de molde y ese no lo querían. No tendréis mucha hambre, decía su madre, y así, unos por otros, la casa sin barrer, después de un ligero desayuno, se iban al cole sin nada en la mochila para sacar a la hora del recreo. Ella, y creo que también su hermano, anhelaron siempre lo que ellos llaman un bocadillo de madre.

Cuando le pregunto qué entienden por un bocadillo de madre, no sabe definirlo muy bien; me dice, pues eso, un bocadillo de pan, ya sea un trozo de la barra grande o una pieza completa más pequeña, con su fiambre dentro, hecho con la dedicación y el cariño de una madre, y envuelto con mimo. Claro, cuando fueron mayores y adquirieron auténtica autonomía, ya se compraban los bocadillos ellos solos en la charcutería que había al lado del instituto; por cierto, su preferido era el de salchichón con queso. Aprovecho para decir, y esto es cosa mía, que un bocadillo que se precie no puede medir menos de 15cm., aunque el pitufo, que mide 10cm., ha adquirido justa fama por servir de base al serranito, que lleva lomo, jamón, pimientos fritos y hasta mayonesa. Pequeño, pero matón. Los montaditos, con sus 8cm., son más aperitivo que merienda mañanera.

Mi amiga tiene ya treinta años, dos carreras universitarias y un trabajo que le gusta, pero comprendo perfectamente que en su memoria perdure el recuerdo de los tiempos sin bocadillo, porque durante los muchos años dedicados a la enseñanza, he podido observar e interpretar las miradas infantiles calibrando los bocadillos ajenos. Deseosas, neutrales, admirativas, satisfechas o despreciativas en la comparación. En cambio no puedo entender su posicionamiento en contra del pan de molde, es decir, del sándwich, que puede tener varios pisos y alcanzar proporciones considerables. También es verdad que gracias a la educación en alimentación saludable, la bollería está prácticamente erradicada del tentempié escolar, mientras los bocadillos, que no tienen por qué no ser saludables, van compartiendo espacio con la fruta, que la gente pequeña lleva al cole pelada, troceada y bien limpia, guardadita en su túper.