El famoso autor estadounidense Walt Whitman (1819 - 1892) describió en su poema El astrónomo a una persona a la que, tras escuchar a un científico que presentaba pruebas, figuras, tablas, mapas y ecuaciones y analizaba de forma racional lo que decían los datos, se sentía «cansado y enfermo», por lo que «salió al aire húmedo de la noche» a «mirar en silencio perfecto las estrellas». Este poema, lleno de controversia, pretende transmitir que los científicos no podemos ver belleza en nuestro estudio, que el arte y la ciencia son cosas contradictorias. Un siglo después el célebre divulgador científico Isaac Asimov rebatió el argumento de Whitman describiendo, con una prosa más parecida a la poesía que a la propia escritura científica, las sutilezas que la ciencia posee detrás de las tablas, figuras y números, y la belleza intrínseca que posee la investigación científica.

¿Cuál es el problema? En la cultura general se nos ve a los científicos como gente muy entregada a su trabajo (en efecto, lo somos) pero muy desconectados de la sociedad, excéntricos en su mayoría, y por supuesto siempre llevando una bata blanca, gafas de pasta, y el pelo loco revuelto. Entre los jóvenes esta visión distorsionada del científico quizá se ha reemplazado por la figura del físico teórico Sheldon Cooper de la serie televisiva La teoría del Big Bang. Pero estos estereotipos no nos dicen la verdad. Como en cualquier otra profesión, los científicos somos muy distintos entre sí, cada uno tiene sus propios hobbies aparte de la ciencia (desde hacer escalada o submarinismo a cantar ópera), y muchos nos consideramos humanistas por tener el interés de conocer más de la cultura de la humanidad (siendo la ciencia parte de esa cultura).

Casi todos los científicos compartimos la ilusión de desentrañar algún misterio real del cosmos usando las pruebas experimentales que tanto criticaba Whitman. Una vez armados con los conceptos físicos y matemáticos, usando a partes iguales el escepticismo y la imaginación, la belleza innegable e inherente de las tablas y figuras aparece de forma natural. El pensamiento científico nos permite fundir la belleza que transmite el cielo estrellado (por poner un caso) con el conocimiento de que esos rayitos de luz que reciben las pupilas de nuestros ojos son soles como el nuestro quizá a miles de años luz. El análisis de esa misma luz, recolectada en los telescopios gracias al avance tecnológico, nos permite saber de qué están hechas las estrellas, entre otras muchas más cosas.

Aún así, es cierto que en muchos casos a los científicos nos falta empatía. Necesitamos conectar con el resto de la sociedad con el propósito de ayudar a nuestros vecinos a superar las creencias pseudocientíficas y describir la gran importancia que el conocimiento científico tiene en las grandes decisiones a tomar en el siglo XXI. Por eso muchos de nosotros, y cada vez de forma más habitual, intentamos realizar divulgación científica para acercar a nuestros vecinos esa belleza y poesía que vemos no solo en una noche estrellada sino en los datos científicos que recopilamos en ella.

(*) El autor, astrofísico cordobés en Australian Astronomical Observatory / Macquarie University y miembro de la Agrupación Astronómica de Córdoba, escribe regularmente en el blog ‘El Lobo Rayado’ en la dirección de internet http://angelrls.blogalia.com. Puedes seguirlo en Twitter en @El_Lobo_Rayado