hace escaso tiempo que cayó en mis manos un viejo documento fechado en Córdoba en el año 1506. Al conseguir transcribir la farragosa letra pre cortesana del escribano que lo redactó, me quedé helado. ¡No puede ser!, exclamé...

¿Quién no conoce en Córdoba los famosos Baños de Popea? Desde aquel descubrimiento, y tras la intencionada visita e inspección que hice a ese lugar hace un par de semanas, ha cambiado mi manera de contemplar aquel bello paraje cercano a la aldea de Trassierra. Quizá los Baños de Popea esconden algo, puede ser algo más que un simple paisaje bucólico... Os explico.

En más de una ocasión he escrito sobre los terribles sucesos que tuvieron lugar en Córdoba a principios de 1500. Me refiero a la masiva quema de judeoconversos ordenada por la Inquisición y su principal inquisidor, Diego Rodríguez Lucero, el Tenebrero. El mayor y más cruento auto de fe en la historia de aquella temida institución tuvo lugar aquí, en nuestra ciudad, el 22 de diciembre de 1504, siendo condenadas a la hoguera 107 personas acusadas de herejes judaizantes, y otras muchas fueron reconciliadas y castigadas a muy diversas penas. Pero aquella locura había comenzado algunos años antes, a finales del 1400, momento en el que se produce un importante movimiento profético que anunciaba entre los conversos la pronta venida del profeta Elías y cómo serían llevados a la Tierra prometida en un breve plazo. En el centro de todo este movimiento se encontraba una importante familia de conversos cordobeses: los Córdoba Menbreque, linaje de mercaderes que llegó a ser exterminado casi en su totalidad con fuego por el Santo Oficio durante aquellos terribles años. Entre aquellos Menbreque, destaca la figura del que llamaban Jurado de las Cabezas (Juan de Córdoba Menbreque), que eran el propietario de la hoy conocida como Casa de las Cabezas, lugar en el que existía una Sinagoga, según acusaba el tribunal cordobés.

El segundo protagonista fue el sobrino de aquel, Alonso de Córdoba Menbreque, alias Bachiller Menbreque, que hacía la veces de rabino en las prédicas y ritos judíos; y por último, las hijas del Jurado, que al igual que su tío, predicaban la venida del Mesías, habiendo sido ungidas como profetisas, según cuentan las crónicas.

Así pues, por estos sucesos, conocidos como el «asunto de los sermones y sinagogas», tienen lugar tres autos de fe en los años 1501, 1502 y 1504, en los cuales mueren abrasadas 27, 81 y 107 personas respectivamente.

Pero la locura de Lucero, sus ansias de sangre, no se saciaron con aquellas muertes: Quería más, y las cárceles del Santo Oficio, instaladas en los Reales Alcázares, las mantenía repletas de presos con los que dar rienda suelta a sus sádicas pasiones. Pero Lucero, desde que comenzó con aquellas atrocidades, fue perdiendo apoyos constantemente, hasta que llegó a quedarse solo. No lo apoyaba el pueblo, ni las autoridades civiles y, menos aún, las propias autoridades eclesiásticas de Córdoba, es decir, las dignidades del cabildo catedralicio. Esta oposición eclesiástica no la perdonaría el inquisidor, por lo que puso todo su empeño en conseguir que deanes, chantres, arcedianos, canónigos y demás dignidades, terminasen también en el Campo del Marrubial, en lo que vino a llamarse el Quemadero de Córdoba, ya sabrán el por qué.

Y es en una acusación que se dirige contra una de aquellas dignidades, concretamente contra el arcediano de Castro, donde sale a relucir este bello paraje de Córdoba conocido desde antiguo como el Bejarano. Fue en los años 60 cuando este idílico lugar de saltos de agua, cascadas, remansos y pozas es rebautizado como los Baños de Popea. Dicen que ocurrió porque cierto día, un poeta de Córdoba paseaba por el entorno y contempló a ciertas muchachas bañándose en el arroyo Bejarano; enseguida le vino a la mente aquellas películas de Hollywood, tan de moda en la época, en las que aparecía bañándose la emperatriz Popea, segunda esposa del emperador Nerón, en lugares igual de maravillosos que aquel.

Desde hace años, los excursionistas van por allí y aprovechan los meses estivales para darse un buen baño, calmando de esta forma la fatiga de la dura ruta. Pero, ¿y si realmente se utilizaban aquellos remansos y pozas desde hace siglos, y no solamente con idea de aseo o de diversión, sino con una finalidad ritual?

El día 6 de septiembre de 1506, el arcediano de Castro es llamado a declarar a la Audiencia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de Córdoba. Allí se encontraba presente Inés, la hija de Pedro de Córdoba Menbreque, que había sido quemado, y que era el dueño de aquel lugar. Inés había confesado que en aquel sitio del Bejarano había visto a los más principales de la Iglesia oyendo sermones de la Ley de los judíos, que los predicaba un tal bachiller Bartolomé Ortiz. Todo ello consta en un memorial que se dio a los condes de Cabra, rogándoles que pusieran remedio a las injusticias cometidas por el Tribunal del Santo Oficio de Córdoba. Pero con Lucero se cumplió el dicho de «con la Iglesia hemos topado» y, así, finalmente, no pudo llevar a cabo más tropelías, y tuvo que huir de Córdoba a escondidas, pero esa es ya otra Historia…

En definitiva, sin entrar en juzgar la veracidad de las acusaciones vertidas por la Inquisición, lo que sí parece obvio es que aquella maravillosa finca, transitada por miles de cordobeses, perteneció a los conversos Menbreque, y, quizá también, a sus ascendientes judíos. Y a nadie pasa desapercibido que en aquellos tiempos revueltos, sería un sitio magnífico para que los seguidores de la Ley de Moisés pudiesen realizar, tranquilamente y lejos de miradas indiscretas, sus celebraciones, ritos de abluciones y bautismos. Por si no conocías el dato, a diferencia de los cristianos, que nos bautizamos con agua bendecida y depositada en un recipiente, generalmente en la llamada pila bautismal, los ritos de abluciones judíos precisan de agua corriente, no estancada. Por ello, era muy frecuente que, cuando era posible, se utilizasen los ríos y arroyos cercanos a las comunidades. En otros casos, tales ritos tenían lugar en el Miqvé, que era una especie de bañera, pilón o alberca situada en los sótanos de casas y sinagogas, con la finalidad de captar el nivel freático y aguas subterráneas, pues, insisto, precisan que el agua no esté estancada, que fluya. Ejemplo de lo anterior, parece ser el pilón hallado en los sótanos de la Casa de las Cabezas.

Desde aquí animo a todos a subir a aquel paraje de sierra cordobesa. ¿Os ocurrirá lo que a mí? Lo cierto es que, desde aquel día en el que cayó en mis manos el viejo escrito acusatorio, no se me va de la cabeza aquella imagen que nos han transmitido a los cristianos desde pequeños: la de Juan el Bautista bautizando a nuestro Señor Jesucristo en el río Jordán.

(*) Notario y director de La Casa de las Cabezas.