Cuando era pequeña, para vencer mi inapetencia, una de mis abuelas repetía como un mantra «come, hija mía, come, que el que no come se muere». Recuerdo esto cada vez que, como ahora, oigo noticias que exaltan los beneficios de practicar el ayuno, es decir, abstenerse parcial o totalmente de comer o beber.

Casi todas las religiones aconsejan u ordenan ayunar, como medio de disciplinar el espíritu a través de la mortificación del cuerpo, pero en este caso se trata de alargar la vida.

La cuestión es que a base de estudiar y comparar las dietas alimenticias de los diferentes grupos humanos, los científicos llegan a la conclusión de que las personas más longevas son las que han eliminado de su dieta, grasas, azúcares y carnes; las que se alimentan de verduras, frutas, pescado y, ocasionalmente, legumbres y las que practican el ayuno con una frecuencia proporcionada a su peso corporal. Justo lo contrario de lo que decía mi abuela.