Cuando Picasso conoció a Jacqueline Roque, su segunda mujer oficial (la primera fue la rusa Olga Khokhlova), su romance con Francoise Gilot había terminado, en este caso fue ella quien lo abandonó y se llevó a sus dos hijos, y el nuevo que nacía, Genevieve Laporte, era todavía una primavera. Sin embargo, Jacqueline llegaría a ser el verdadero amor de su vida, la mujer que se le entregó en cuerpo y alma y hasta fue la que le cerró los ojos el día de su muerte. Pero antes de entrar en la biografía de Jacqueline creo que no hay más remedio que citar a Fernando Arrabal, el otro genio español en París, porque él resalta lo que otros callaron. Según Arrabal Picasso fue operado de próstata, cuando ya había pasado los 70 años, y por un desliz del cirujano quedó impotente: «Picasso sufrió una operación mal hecha que le dejó impotente. Jacqueline vivió los últimos años, por tanto, junto a un hombre clínicamente castrado. Gracias a este regalo de la cirugía, del que no gozaron sus predecesoras, pudo amarle entrañablemente. Picasso conoció la gran pasión con una mujer a la que llevaba un buen montón de años (exactamente 45). Al fin, tras aquella picia del cirujano, Picasso se convirtió en el seductor que siempre había soñado ser».

Tampoco me resisto, de entrada, a reproducir algunas palabras de las que le contó a mi amigo y compañero Antonio D. Olano: «Mira, amigo mío, de Jacqueline dirán lo que quieran, sobre todo mis hijos y la loca de Francoise, pero yo te aseguro que Jacqueline es la mujer más sincera, honesta, desprendida, generosa y bella de alma de todas las mujeres que conocí y amé. Te voy a contar una anécdota, que en su momento fue una broma, pero que muchos la han comentado como crítica a su persona. Sucedió el primer día que entró en mi Estudio y yo le fui enseñando lo que había en medio del desbarajuste que me rodeaba. Jacqueline -le dije-, como verás esto es un desastre, pero esta es mi finca, mi Reino, mi imperio, mi silla de San Pedro, porque aquí es donde paso mi vida y donde me siento Alejandro, César, el Gran Capitán, Napoleón, Cortés, Pizarro, Shakespeare, Cervantes, Beethoven, Mozart… ¡y Dios!... sí, no te rías aquí soy Dios y este es mi templo. Por tanto cuando entres en mi templo me llamarás ¡Monseñor! Y lo curioso es que así se lo tomó ella y desde aquel día, al menos en la intimidad, siempre me llamaba Monseñor… y te aseguro que ella fue, ha sido y sigue siendo no sólo mi modelo, sino también mi secretaria, mi cocinera, mi masajista, mi enfermera, mi profesora de baile, mi madre y mi hija, mi amante y mi mujer y hasta mi carcelera. Sí, no te rías muchacho, gracias a Jacqueline pude quitarme de encima a los pesaos que venían de todo el mundo hasta mi casa sólo para ver al monstruo… Y te confieso que ha sido, sin duda mi gran musa, más de 500 obras he realizado por ella, con ella y para ella».

Y ahora ya, digamos quién fue Jacqueline Roque.

13-Jacqueline Roque

(‘La musa más musa de todas’)

Jacqueline Roque nació el 24 de febrero de 1926 en París. Cuando cumple dos años, su padre les abandona, obligando a su madre a trabajar largas horas de portera, en un lujoso edificio cerca de los Campos Elíseos. Una figura influyente en su vida fue su tío el abad Bardet, quien le inculcó valores como la humildad y la modestia.

A los 18 años su madre sufrió un derrame cerebral y murió. Dos años después contrajo matrimonio con André Hutin, un importante ingeniero, con quien tuvo a su primera hija, Catherine Hutin-Blay. La joven familia vivió durante una temporada en África, actual Burkina Faso, por motivos de trabajo de André. Cuatro años más tarde, Jacqueline decide regresar con su hija a Francia y divorciarse, sospechando que su marido le era infiel. Se trasladan a la Riviera francesa y empieza a trabajar en la tienda de su prima, La alfarería Madoura, en Vallauris. En 1953, a los 27 años conoció a Picasso. Sus exóticos rasgos le recordaron a la joven que aparece en Las mujeres de Argel de Delacroix. Así la retrató poco después en Mujer vestida de turca.

La segunda vez que se vieron fue en la alfarería donde ella trabajaba, Picasso tenía 72 años y Jacqueline era una belleza de ojos verdes de 27. Seis meses después deciden casarse en secreto. Desde el comienzo de su relación, Picasso pintó en numerosas ocasiones a Jacqueline. Era la única persona cuya presencia toleraba mientras pintaba en el taller. Estaban tan unidos que rara vez uno salía de casa sin el otro.

Durante los últimos años de vida del pintor, Jacqueline comenzó a beber de forma excesiva. Se veía muy afectada por la agonía de su marido, y la complicada relación de ambos con los hijos y nietos de Picasso. En abril de 1973 Picasso muere y Jacqueline queda hundida. No soporta la vida sin él, a pesar de que por herencia es una de las mujeres más ricas del mundo y por ello 13 años más tarde, ya en 1986, se suicida, pegándose un tiro en la sien. Pocos años antes le había contado su vida más sincera e íntima a su buena amiga Pepita Dupont (La verdad sobre Jacqueline y Pablo Picasso), donde recoge la frase que más gustaba recordar a la pobre mujer anímicamente destrozada: «Picasso no era el sol, pero era la sombra del sol».

Fueron tiempos alegres y sin peleas (como habían sido otros de su larga vida). Tal vez porque a Jacqueline no le había importado, ¡ni se había dado cuenta! -según Arrabal- pasar tantos años de su vida viviendo con la castidad de una monja de clausura junto a su idolatrado Pablo. Y eso teniendo en cuenta que Picasso ya era un mito, el mito Picasso, el artista más aplaudido por todos. Es verdad que ya no hace ninguna obra que supere a Las Señoritas de Avignón ni al Guernica, pero es su etapa ceramista, la pasión del malagueño durante su vejez.

Y a pesar de su gran amor por Jacqueline en su vida aparece otra niña (61 años más joven que él), La chica de la coleta, el amor romántico de un hombre que se sabe impotente y que ya no puede hacer el amor. Sylvette David.