Continuaré repasando el generoso abanico de seres fantásticos e insólitos de nuestra ciudad con uno de los más icónicos: la Muerte. Esa dama esquelética cubierta por un manto negro, a veces encapuchada, que recoge con su guadaña aquellas almas a las que les llegó su hora. También conocida como la Parca en la mitología romana, la Moira en la tradición griega, o el Abrazamozas en las leyendas cordobesas. Porque el temido Ángel del Abismo también se dejó ver en Córdoba. Y lo hizo en varias ocasiones, si nos atenemos a los relatos antiguos.

Una de ellas tuvo lugar en la plaza de la Magdalena. Una noche, un joven conquistador de alta cuna regresaba de casa de su última conquista, cuando se cruzó en dicho lugar con una misteriosa dama. Atraído por su enigmática belleza, inició conversación con ella, y en pocos minutos la invitó a visitar su palacio. Al llegar, los criados ofrecieron a la chica algunas piezas de fruta como aperitivo, y fue al extender su brazo para alcanzar una uva cuando todos pudieron ver cómo, tras tocarla con su dedo, la misma se transformó instantáneamente en una pasa. Habiéndose percatado del inquietante prodigio, el anfitrión trató de mantener la calma, por temor a que su invitada supiera que había descubierto su verdadera identidad. Así que con la excusa de que se había hecho tarde, le ofreció acompañarla a su casa. De nuevo en la plaza de la Magdalena, el joven se despidió con precaución de no tocarla, sabiendo que el simple contacto con la Parca le provocaría una muerte instantánea. Sin más dilación emprendió el camino de vuelta a su palacio. Pero entonces, a sus espaldas resonó una voz que le interpelaba: «Es que después de compartir tan hermosos momentos, ¿no me vais a besar?».

El mozo giró la cabeza, para descubrir horrorizado que quien le hablaba ya no era la bella dama, sino un terrible ser de aspecto esquelético. Su bello rostro se había tornado en un horripilante cráneo. Y sin pensarlo dos veces, echó a correr como alma que lleva el diablo -nunca mejor dicho-. La Muerte inició tras él una vertiginosa persecución por las calles de Córdoba, hasta que el joven encontró un altar callejero e hincó sus rodillas en el suelo. Mientras rezaba el Padre nuestro, la criatura se abalanzó sobre él, momento en el cual una luz celestial iluminó desde el altar toda la calle, reduciendo a cenizas al abominable ser. El chico, arrodillado y totalmente cubierto de polvo, no paró de rezar durante toda la noche, agradeciendo a Dios haber salvado su alma. Este episodio sirvió a aquel joven adinerado como advertencia para comenzar a tratar a las mujeres como se merecen. Pero esta no sería la última vez que el Abrazamozas se dejaría ver por los oscuros callejones de nuestra ciudad, como comprobaremos en el próximo artículo. (*) El autor es escritor y director de ‘Córdoba Misteriosa’. Puede seguir su trabajo en www.josemanuelmorales.net