Asisto a la sesión solemne de la Real Academia de Nobles Artes de Antequera en la que es recibido como académico correspondiente de la Sección de Letras de la ilustre corporación Manuel Gahete Jurado. La cultura del olivo en la historia literaria de los pueblos del Mediterráneo es el discurso de ingreso del escritor mellariense, que contribuyó en 1990 a la conversión del Ateneo Casablanca en Ateneo de Córdoba junto con Agustín Gómez, Rafael Mir Jordano, Jaime Loring, Antonio Povedano, Matías Camacho, José Mellado, Juan Miguel Moreno Calderón, José Luis López Vázquez, Juana Castro, Juan Luis Valenzuela, Manuel de César, Antonio Díaz Castro, Joaquín Martínez Bjorkman, Pedro Rodríguez Cantero, Ricardo Rojas, entre otros de igual o parecido rango. Al pasar por Montemayor lo celebramos moderadamente, pagando a escote como solíamos hacer en la Córdoba de los 90 cuando íbamos por Madrid, Sevilla, Málaga, Écija, y otros lugares de menor cuantía.

Ahora que termina la Cuaresma, como saben algunos de mis afamados lectores el otro yo de este aprendiz de escribiente estudió la Biblia cuando fue preso 3 años y medio en Las Palmas de Gran Canaria por un consejo de guerra en el Sahara español. Todo por pegarse fuego a lo bonzo estando arrestado en el pelotón de castigos de la VII Bandera de La Legión. Sabía ayudar a misa en latín, escribir a máquina sin faltas de ortografía, liar canutos con una mano mientras la otra ni se enteraba, guardar cabras, vacas y montar un fusil ametrallador con los ojos cerrados. En los años 70 fueron muchos los testigos de Jehová que pasaron por las cárceles españolas. Gente buena de la que siempre se guardan gratos recuerdos y buenas enseñanzas que ayudan a tirar de uno mismo y de su otro yo en esa vida. Los testigos soportaron muchos años de cautiverio por su objeción de conciencia al cumplimiento del servicio militar, obligatorio en aquellos tiempos como sabe quien tenga o halla tenido familiares con historias de la mili para contar. Al castigo taleguero se unía la mala leche de algún que otro condenado, entre los desertores del Ejército mayormente, que se burlaban de ellos y les llamaban cobardes por su negativa a empuñar armas para defender la patria el en caso de que fueran tan necesarios como los valientes desertores. El comandante jefe, muy sabedor de mis antecedentes oficinescos, me encomendó la llevanza de la cantina donde se vendía de todo menos bebidas alcohólicas y sustancias psicotrópicas como es de suponer.

Acto seguido me cobijo en La Providencia del Corregidor, saludo a Mario Steliac, Giulia Re, Carlos García Merino, Ana Padilla, Bartolomé Valle, Carlos Clementson, Antonio Flores, Juan José Martínez Andújar, Antonio Nevado, Francisco Jiménez, Emilio Aumente y Rafael Gutiérrez Bancalero a quien felicitamos todos por esa carta ilustrada en el diario CÓRDOBA en la que habla del maestro Agustín Gómez.