Es la hora del Angelus después de haber comprado en el Piedra el pan de cada día. Panem nostrum cotidiànum dà nobis hòdie reivindicaba el zagalillo aquel de Montemayor cuando era monaguillo con aspiraciones y en vez de llegar a dominico se quedó en cabrero y vaquero en Córdoba, pinche minero en León, aprendiz de camarero en Burgos, gruista en Alemania, cocinero, pintor y escayolista en Lérida; auxiliar administrativo en Asturias, legionario en el Sáhara, peón de albañil y barrenista en la puta mina del Muriano, fresador de 2ª en Barcelona, taleguero por tres veces en El Aaiún, Las Palmas y Córdoba, quince detenciones policiales por cuestiones políticas con prolongadas estancias en Comisaría, repartidor de periódicos, recadero del Inem castigado a media jornada laboral durante 9 años debido al odio que le profesó aquel cura arrepentido que fue gobernador civil y jefe provincial de Córdoba entre 1982 y 1993.

Me encuentro en este paradisíaco lugar que es el Restaurante Ermita La Candelaria conmigo mismo y un tipo al que llaman Cahue, café en árabe según me traducen Rafael Fernández y Lorenzo Chavero, esos buenos amigos de cuando la Universidad Laboral era un lugar adonde ir para ser tornero, fresador, ajustador, delineante y otras cosas que ignoro si en la actualidad se pueden ser. Sólo quiero, amigos lectores, deciros adiós con el corazón que con el alma no puedo y, como dice la canción aquella que tantas veces escuché cuando viví en Asturias, al despedirme de ustedes, de sentimiento me muero. Empecé a escribir estas Fantasías y algo de picar en enero de 2012 y no he fallado un domingo. Han sido 6 años en los que me he sentido halagado por buena gente que me ha leído y me han dicho cosas de las que llegan al alma. Por la cosa del espacio no puedo relacionar aquí a las personas con las que siento deuda de gratitud por su apoyo y seguimiento. Pero no puedo menos que citar el Ateneo de Córdoba, institución formada desde sus comienzos en 1984 por buenas personas de ideología diversa pero amantes sinceros de Córdoba y sus pueblos, que dejé de presidir por dimisión voluntaria precisamente en el año 2012.

No puedo acabar esta despedida sin manifestar mi gratitud al director Francisco Luis Córdoba y a los periodistas Manuel Fernández, Antonio Galán, María Olmo, Rosa Luque, Rafael Aranda y a cuantos han tenido la gentileza de atender mis consultas, dudas e ignorancias. Dejo mi compromiso de colaboración con el Diario CÓRDOBA porque me siento mentalmente incapacitado para mantener esta escribanía aunque sea una vez a la semana. Cuando voy por la calle y alguien me saluda no reconozco su rostro, no recuerdo su nombre, ni su voz. No se me olvida sin embargo que, siendo director del CÓRDOBA Antonio Ramos, la última página de este gran periódico se cerró todos los domingos durante el año 1989 con Diario de un embustero, escrita por este viejo monaguillo.