El hombre que el domingo 13 de abril de 1930 dijo en Valencia las palabras que reproduzco a continuación acabó siendo el primer presidente de la Segunda República: «Dos fórmulas hay para la solución del problema español: una, buscar una Monarquía extranjera como en 1870; otra, continuar con la Monarquía actual. Serenamente, sin ninguna clase de apasionamiento, he estudiado estas dos fórmulas y creo imposibles. La mejor solución es la República, para la que existe en España ambiente favorable. Soy partidario de una República conservadora y viable... Una República viable, gubernamental, conservadora, con el desplazamiento consiguiente hacia ella de las fuerzas gubernamentales de la mesocracia y de la intelectualidad española, la sirvo, la gobierno, la propago y la defiendo. Una República convulsiva, epiléptica, llena de entusiasmo, de idealidad, falta de razón, no asumo la responsabilidad de un Kerensky para implantarla en mi patria...» y se llamaba Niceto Alcalá-Zamora. Fue el hombre que precipitó la caída de la Monarquía y abrió las puertas a la República.

Pero, ¿quién fue Niceto Alcalá-Zamora? Ese es el objetivo de este primer artículo sobre la importantísima figura de aquel que presidió como jefe del Estado los destinos de España, desde el 14 de abril de 1931 al 7 de abril de 1936. Alcalá-Zamora nació en Priego de Córdoba el 6 de julio de 1877 y sus padres fueron Manuel Alcalá-Zamora Caracuel y Francisca Torres, que murió cuando el pequeño Niceto apenas contaba con tres años de edad. Era el menor de tres hermanos y luego tendría él seis hijos. Jamás olvidaría a su pueblo, como lo demuestra cuando ya al final de su vida escribe sus Memorias: «Priego es como un trozo del noroeste español dejado caer en el corazón de Andalucía: el valle largo y estrecho de un río, trazado y cortado por montañas, en cada uno de cuyos repliegues o laderas brota un afluente o surge una aldea. Cerca de cuarenta núcleos rurales rodean una ciudad como de 15.000 a 20.000 almas. Ésta ha sido de tradición fabril y en conjunto sin latifundios, con mucho regadío y propiedad media, pequeña y aun pulverizada, formando una economía de equilibrio y compensaciones en la región, insólitos».

En septiembre de 1886, con 9 años y nueve meses cumplidos, ingresa en el Instituto Aguilar y Eslava de Cabra, pero como alumno libre, lo que quiere decir que todo el Bachillerato lo hizo sin pisar las aulas, a las que sólo acudía los días de exámenes. Y además aquellas idas y vueltas en el mismo día las hacía sobre un borriquillo negro y juguetón, que le prestaba uno de sus tíos (al que con la ironía que le acompañaría a lo largo de su vida le puso el nombre de Sagasta, que a la sazón era líder del Partido Liberal y figura principal, con Cánovas, en los gobiernos).

Pero lo más curioso de aquellos 5 años que se pasó así es que todas las asignaturas, todas, las aprobó con sobresaliente, y en los casos en los que había matrícula de honor también. Entre 1891 y 1894 hace, solo en 3 años, los 5 cursos de la licenciatura de Derecho en la Universidad de Granada y obtiene también sobresaliente en todas las materias y eso sin acudir a las clases y examinándose por libre.

En 1897 se traslada a Madrid para seguir los estudios del doctorado, ya que solo la Universidad Central estaba autorizada para conceder el título de doctor. Y tanto las 4 asignaturas del programa como la tesis doctoral (El poder en los estados de la Reconquista) las aprueba con sobresaliente en todas las materias e incluso en el Premio Extraordinario de Doctorado que ganó frente a otros cuatro candidatos. Al parecer, no lo he podido comprobar, solo tres estudiantes obtuvieron ese expediente académico en la Universidad española: José Calvo Sotelo, Ramón Serrano Súñer y Niceto Alcalá-Zamora.

Sin embargo, aquel joven brillantísimo no tuvo más remedio que volverse a su pueblo de Priego ante la imposibilidad legal de ejercer la profesión de abogado por no tener la edad exigida y dada su estrechez económica. Son los años del desastre del 98, que como a tantos jóvenes de su tiempo llenaron de rebeldía. Don Niceto, que así le llamaban ya desde joven sus paisanos, se dedicó entonces a asesorar a sus vecinos de manera generosa y gratuita, en lo que él llamaba «justicia ambulante». A los 18 años conoce a Purificación Castillo de Bidaburu, de clara ascendencia vasca y nieta de un guipuzcoano que había emigrado a Andalucía tras una de las guerras carlistas, y con ella se casó el 23 de enero de 1901 (a los 24 años y ella 21) y con ella permanecería hasta su muerte en 1939. Lo que quiere decir que todo su exilio americano lo vivió, para más amargura, como viudo.

Así que en cuanto cumple la mayoría de edad se traslada de nuevo a Madrid para ejercer la abogacía y como pasante, de momento, comenzó a trabajar en el despacho de Díaz Cobeña, uno de los grandes abogados de aquella época. Curiosamente otro de los pasantes de aquel despacho se llamaba Manuel Azaña, el que andando los años le sucedería como segundo presidente de la República. A los 22 años gana con el número uno las oposiciones como letrado del Consejo de Estado, una de las más difíciles junto con la abogacía del Estado, y comienza a ser importante por sus triunfos como abogado en el Tribunal Supremo, que sería su especialidad. Todavía se recuerda en los ambientes jurídicos que en tan solo un año, de 19 asuntos que defendió ante el máximo tribunal ganó 17. Aunque todos sus éxitos, tanto en el foro, como después en el Parlamento o en la tribuna, tuvieron dos columnas fundamentales: su inmensa memoria y su bellísima oratoria. Su amigo y compañero de fatigas políticas Miguel Maura dijo de él un día: «Los discursos de don Niceto son como un concierto de Beethoven, a veces líricos, otros floreados, celestiales, dramáticos, trágicos, humorísticos y hasta olímpicos... tanto que el oyente queda atrapado y se olvida del tiempo». Y, naturalmente, los grandes partidos políticos se fijaron en él, y como afiliado al Partido Liberal ganó su primer acta de diputado por La Carolina (Jaén) en 1906.