En La gran aventura humana. Pasado, presente y futuro del mono desnudo (Reservoir Books) Miguel Brieva (Sevilla, 1974) habla de cambio climático y crisis, de apoteosis consumista y adicción tecnológica, de religión y ateísmo, de nihilismo... Lanza una imprescindible vista al pasado para recordarnos que estamos en un presente «de hedonismo hueco» y «exaltación del individualismo» y que nuestro mundo «ya no es más que una gigantesca alucinación colectiva». Navegando por la densidad de este ensayo gráfico, uno acaba convencido de que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina y de que la humanidad se colapsará en un futuro más que inminente.

Sin embargo, el dibujante, citando al poeta y filósofo ecologista Jorge Riechmann, va más allá: «Ya estamos viviendo el apocalipis», sentencia sin ápice de duda. «No es un apocalipsis bíblico, no es ningún episodio relámpago como una bomba atómica, sino que va pasando día a día desde hace uno o dos siglos. Venimos aceptando vivir en un estado miserable y asistimos resignados a un empobrecimiento del mundo y a la destrucción de las condiciones esenciales que han permitido la vida en este planeta. Cuando en una charla a jóvenes de instituto les pregunté cuándo creían que veríamos las consecuencias del cambio climático, dijeron que serían sus tataranietos. Al decirles que serían ellos mismos, en unos 20 años, una chica de 15 contestó: ‘¡Anda que no falta para eso!’», lamenta el dibujante y miembro de Ecologistas en Acción.

Brieva, siempre crítico e irónico diseccionador de la sociedad, ha encajado multitud de escritos en los que durante una década venía volcando ideas y pensamientos y los pespuntea entre sus habituales viñetas mordaces en esta suerte de enciclopedia de la «historia cultural de la humanidad». Tiene múltiples niveles de lectura y es «menos chistosa», reconoce, que cómics anteriores como Dinero, Memorias de la tierra y Bienvenidos al mundo (30.000 ejemplares vendidos).

El autor de Lo que me está pasando, que sigue resistiéndose a tener móvil, no cesa de alertar del «sonambulismo colectivo» de una sociedad aborregada. «O nosotros acabamos con el capitalismo o el capitalismo acaba con nosotros», opina. «Funciona solo, no le hacen falta líderes.

Hemos entrado en una hipertecnificación de la vida que no está regida por ninguna voluntad humana. A través de la publicidad y el espectáculo modelan nuestros deseos y anhelos. Nos han secuestrado la imaginación con el relato de que consumamos. Y estamos enganchados. Distraen nuestra atención de lo fundamental. Esos aparatitos nos generan hábitos compulsivos a los que se dedican cantidades ingentes de recursos y de creadores, como publicistas o cineastas, que malversan su potencialidad imaginativa para convencernos de que este desastre es lo mejor que hay. Si se cortara internet una semana -aunque sería una pena por lo que tiene de gran enciclopedia universal de la humanidad-, sería una revolución mundial, una oportunidad para volver a relacionarse. Por ello nos mantienen permanentemente conectados». «Siempre que los manejos del poder quedan al descubierto el hedor se hace insoportable», dice en el libro. «Estamos en una cloaca permanente y lo asumimos por que vivimos en un estado de derrotismo, de esto es lo que hay -explica-. El 15-M desenmascaró algo esa cultura de la transición, esa especie de calma chicha que vive el país desde hace 40 años y que es una continuidad modernizada del franquismo. Hemos dejado de creer y de tener esperanza y visión crítica. Nada nos motiva y lo que hay es miedo, continuismo, ignorancia, pereza...». Y, en un mundo «con gente como Donald Trump, a la que no le importa el futuro», constata la existencia de un «nihilismo profundo, más individualismo, ceguera y narcisismo».

«Somos un planeta finito». No en vano asume que lo califiquen de «pesimista». «Pero solo hago acopio de cómo están las cosas de forma objetiva y no veo nada que esté bien o que me dé esperanzas», lamenta para, en seguida, ver un rayo de luz. Aunque «los hechos científicos nos llevan al colapso, creo que las personitas que somos podemos tener cierto control y voluntad de cambiar las cosas para lograr un estado más armónico».

Para ello Brieva llama a «ser conscientes de que somos un planeta finito, a dejar de consumir lo innecesario y abandonar hábitos nocivos, a volver a usar la bicicleta y al consumo local, evitar estar colgados de los móviles y demás aparatitos...»