La apuesta era arriesgada. Plantar un piano de cola en un tablao por el que han pasado los máximos exponentes del flamenco más clásico suponía todo un reto para los organizadores de la Cata Flamenca de Montilla. Pero mereció la pena. Vaya si la mereció.

El nieto de La Perrata, aquella cantaora utrerana que formó parte del cartel de la primera edición de este festival cuarentón, demostró a los aficionados más escépticos que el piano también lanza puyazos al corazón en forma de quejíos y es capaz de estremecer el alma.

La granadina Marina Heredia fue la encargada de arropar con esa voz joven y legendaria a la vez el rasgueo penetrante que David Peña Dorantes sabe imprimir a su teclado, en perfecta comunión con el portentoso compás de Javier Ruibal hijo, un puntal definitivo para una actuación redonda. Del diez.

Escoltados por Jara Heredia y Anabel Rivera a las palmas, Dorantes, Marina y Ruibal pusieron en suerte una sesión de jazz flamenco que eleva en varios peldaños el nivel de un certamen por el que han pasado primeras figuras del cante y del baile como Antonio Mairena, Enrique Morente, El Lebrijano, Antonio el Bailarín, Camarón de la Isla o Paco de Lucía.

"El cartel ha sido arriesgado pero el resultado ha merecido la pena", reconoció el presidente de El Lucero, Salvador Córdoba, quien se mostró "especialmente satisfecho" por el gran número de jóvenes que llenaron el patio de Bodegas Navisa.

El cartel y el escenario bien lo merecían. Y la ocasión, más si cabe. Montilla rendía tributo a Agustín Gómez El Lucero , uno de los flamencólogos más importantes de todos los tiempos; el hombre que con su tesón y su infinito conocimiento en torno al cante jondo logró apuntalar de manera definitiva este festival que llegó a presentar en 27 ocasiones. "El hecho de que la Cata Flamenca haya resistido 44 años, pese a todos los avatares, supone una alegría inmensa para mí", aseguró el homenajeado.

Con el poeta Antonio Varo Baena como maestro de ceremonias, el tablao fue arropando a los artistas que la Peña El Lucero y el Ayuntamiento de Montilla consiguieron reunir en una noche para el recuerdo.

Y el encargado de romper el hielo no fue otro que el gaditano David Palomar, que se presentó en el escenario reivindicando ese Barrio de la Viña donde se empapó del duende y del arte.

Tras él, Antonio José Mejías levantaba a sus parroquianos de las sillas con unos cantes de Granada que aderezó después con unos tangos de Badajoz. El de Montilla, que llegaba a su pueblo después de haber triunfado un día antes en la Fuente del Rey de Priego de Córdoba, volvió a reivindicarse en una terna de la que lleva formando parte algunos años y que los aficionados locales acogen siempre con cariño.

Tras el descanso se abrieron paso dos mujeres de raza. Primero, Alba Luna, la bailaora cordobesa que se dejó acompañar por Gema Jiménez. Tras ellas, Rocío Márquez, que hizo gala de una entrega sin límites. Una delicia para los sentidos de un público que aguardaba con expectación el fin de fiesta a cargo del Capullo de Jerez, que volvió a hacer gala de su carácter excesivo. Dentro y fuera del escenario.

En esta ocasión, sus muecas tragicómicas no le valieron para terminar de conectar con los muchos aficionados que decidieron levantarse de sus asientos cuando el jerezano comenzó a cambiar letras a su antojo.

Definitivamente no fue la noche de Miguel Flores. Tampoco fuera del tablao, donde fue incapaz de respetar a la mayoría de quienes le precedieron en escena, montando la fiesta por su cuenta y, quizás, malgastando la voz que luego debía haber regalado al público que le paga.