Los avances en Biotecnología se producen a un ritmo simpar en otro campo científico y difícil de seguir en profundidad por una sola persona. El caso que hoy nos ocupa es el del arroz dorado, así denominado por su color debido a que es rico en caroteno (la forma predominante de provitamina A), pero no se trata de un avance científico sino normativo. La novedad es que el pasado 20 de diciembre la autoridad en materia alimentaria de Australia y Nueva Zelanda (FSANZ, de su nombre original Food Standards Australia New Zealand) ha autorizado el consumo de arroz dorado de segunda generación, GR2, concretamente el evento o línea GR2E, para consumo humano dado que «no se han identificado posibles problemas de salud y seguridad pública» y que, según la información disponible, «los alimentos derivados de la línea GR2E se consideran tan seguros para el consumo humano como los alimentos derivados de cultivares de arroz convencionales». Y se trata de un avance simbólico, pero muy significativo. Simbólico porque este arroz está diseñado para alimentar a poblaciones pobres de países en desarrollo que padecen carencia de vitamina A, y ni Australia ni Nueva Zelanda lo son, no tienen estos problemas carenciales y, muy probablemente, esta variedad de arroz no se cultive en estos países. Pero significativo porque hace frente a las campañas de activistas ecologistas, con Greenpeace como la organización más representativa y agresiva, que llegaron a destrozar vandálicamente los campos experimentales en Filipinas en el año 2013. Estas campañas han tenido un extraordinario éxito propagandístico, especialmente en Europa, donde la correspondiente autoridad alimentaria (EFSA, de European Food Safety Authority) ni se hace eco de su existencia.

El proyecto de obtener un arroz rico en provitamina A comenzó a principios de los 90 del pasado siglo, fruto de la colaboración de dos científicos europeos, el alemán Peter Beyer y el suizo Ingo Potrikus. Además, para la obtención final, alcanzaron un acuerdo público-privado con Syngenta, entidad que se obligaba a apoyar la visión humanitaria y sin ánimo de lucro del proyecto a cambio de las patentes. Unos años después, Syngenta manifestaría que no deseaba continuar con la explotación comercial pero mantenía la financiación del proyecto humanitario del arroz dorado. Y hoy es un cultivo no sujeto a protección industrial. Desde el punto de vista técnico, el problema era de envergadura, muy complejo, ya que aunque la planta de arroz tiene toda la maquinaria necesaria para la biosíntesis de la provitamina (β-caroteno) y es activa en las hojas, esa maquinaria se apaga en endospermo del grano de arroz, donde además hay pocos lípidos que permitan la acumulación de carotenoides. A base de esfuerzo, ingenio y rigor científico, en 2005 veía la luz la segunda generación de arroz dorado (GR2), que contenía un alto contenido en caroteno. A partir de entonces, y supervisado por el IRRI (International Rice Research Institute), se han estado transfiriendo los nuevos caracteres a las variedades de arroz locales y llevando a cabo ensayos de campo en Filipinas. Se esperaba poder distribuir a los agricultores y también a otros países como China, Vietnan, Bangladesh, Indonesia, etc., en 2014. Pero la oposición «antitransgénicos» y la ineficacia de muchos políticos (preocupados por su sillón) nos han llevado a los días presentes sin que el cultivo sea una realidad. Por si no fuera bastante, un riguroso estudio de 2012, que ponía de manifiesto que el caroteno de ese arroz era tan efectivo (bioasimilable) como el puro administrado en aceite y mejor que el de las espinacas, fue retractado porque se habían observado anormalidades de tipo formal y ético. Y ello a pesar de que las mismas autoridades académicas que habían observado esos defectos de forma ponían de manifiesto que el ensayo había sido seguro y las conclusiones válidas. Como decimos, el artículo fue retractado por la American Society for Nutrition el 29 de julio de 2015 por defectos de forma.

Por extraño que nos parezca a estas alturas del siglo 21, la deficiencia de vitamina A es un mal endémico en muchos países no desarrollados, donde el arroz constituye el principal alimento para más de 500 millones de personas pobres que, además, no pueden adquirir u obtener la vitamina de otras fuentes. En 2012, la OMS cifró en unos 250 millones los preescolares afectados por su deficiencia y en 2.700.000 las muertes de niños de menos de cinco años. Para estos 500 millones, las consecuencias son fatales: visión deteriorada que puede desencadenar ceguera irreversible; alteración de la integridad de la piel y, por tanto, una mayor probabilidad de infección; reducción de la respuesta inmune y también de la generación de glóbulos rojos (lo que implica reducción de la capacidad para transportar oxígeno en la sangre) y del crecimiento del esqueleto, entre otras afecciones debilitantes. Especialmente grave es en las mujeres embarazadas y en la infancia. Obviamente, la deficiencia de vitamina A también afecta a los animales de esas regiones con síntomas similares, además de presentarse edema en las articulaciones, pobre capacidad reproductiva por anomalías del semen, abortos, nacimiento de crías ciegas, lento crecimiento, pelaje hirsuto, etc. No es de extrañar, por tanto, la carta firmada ya por 129 laureados con el Nobel pidiendo a Greenpeace que deje de oponerse a los organismos modificados genéticamente, especialmente al arroz dorado. La adhesión a esta carta-campaña sigue activa y actualmente la han firmado, además, más de 13 mil ciudadanos, incluidos numerosos científicos. Lo mismo que tampoco debería extrañar que Venkatraman Ramakrishnan, natural de la India y Premio Nobel de Química en 2009, en una reciente visita a España afirmara que el rechazo social hacia la Biotecnología Agraria es cosa de gente que nunca ha pasado hambre. La pregunta que nos venimos haciendo desde hace años es ¿hasta cuándo seguirá esa oposición infundada y la inactividad de los dirigentes políticos?

* Rafael Pineda es contratado posdoctoral del Programa Propio de la UCO.

* Manuel Pineda es catedrático de la UCO.