Por unos momentos pensé en las dos Españas, a las que se refería Antonio Machado en su conocido y profundo poema. En el cara a cara (de perro diría yo), debatido en la Academia de la Televisión, entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, ha quedado evidenciada la distancia sideral que separa a los dos partidos. Con lo que, queda constatado el nulo consenso (que a veces nos quieren colar) y que solo lo hay en cuestiones de reparos irreversibles. El hecho en cuestión de todo este tinglado, no es, ni más ni menos que, garantizar el cumplimiento del sistema democrático, para dignificar la convivencia de sus ciudadanos, y de paso, justificar sus remuneraciones (que no son moco de pavo). Claro, con la honradez por bandera, que pocas veces ondea en todo lo alto del mástil. Un comportamiento tosco y aburrido, que nos ha hecho retroceder en el tiempo, recordándonos a aquella España convulsa y marchita que pretendemos olvidar. Esta lucha sin cuartel (poco elegante y llena de rencor y pasotismo), nos ha demostrado la inviabilidad de estas dos fuerzas políticas para acabar con los principales y ya conocidos problemas que ahogan a los españoles. Las tres personas que han intervenido en este debate, han demostrado estar en otra realidad, distinta de la que los espectadores esperaban: el moderador no moderó, solo leyó el guion de sus ‘académicas’ preguntas. El candidato socialista planteó sus acusaciones, como si se tratara de una reunión de comunidad de vecinos, donde el grito parece ser la razón. Y el señor Rajoy, con la altivez de un registrador de la propiedad, siguió el guion de imperturbable; acompañado de cifras estadísticas de difícil entendimiento para muchos de los votantes del día 20. En definitiva: mucho ruido y pocas nueces.