No descubro nada nuevo si afirmo que el concepto de profesor ha variado, de manera radical, en los últimos tiempos. En concreto, quiero detenerme en dos aspectos: su valoración como docente, por parte del alumnado, y su formación como profesional. El profesor ha pasado de ser considerado como una especie de ente superior, que cada cosa que decía “sentaba cátedra”, a sentirse en inferioridad de condiciones respecto al alumnado, en la actualidad. Por supuesto, estoy hablando en términos generales. La formación del profesorado sigue siendo asignatura pendiente en España. Demasiados docentes de la “vieja escuela” se empeñan en no reciclarse, en no sacar partido a las inmensas posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías -que ya no son tan “nuevas”, por cierto-. En el campo de la educación es donde las excepciones de la regla son más destacables. Pienso, en concreto, en casos de docentes abnegados, que saben transmitir su entusiasmo y que son, por ello, admirados por sus alumnos, que yo conozco muy bien. Para que pueda mejorar la educación, opino que nuestros docentes han de estar motivados, ser expertos en la materia que explican, actualizándose constantemente, tener una gran capacidad de comunicación y, cómo no, estar dotados de enorme paciencia. Por su parte, el alumnado debe permitir que el profesor o profesora tenga vía libre para realizar su labor, abriéndose a nuevos conocimientos y nuevas perspectivas y aportando su propia visión de la vida, al mismo tiempo. El concepto, tantas veces mencionado, de Formación Permanente, está plenamente vigente. Entre todos podemos lograr que mejore la educación en España. Y permítanme una apostilla: añadámosle buenos valores en el seno del hogar. De esa manera, el éxito estará asegurado.