Después de aguantar el tipo en una concurrida comida entre amigos (por eso de las fiestas patronales) mi maltratado cuerpo estaba ya para el arrastre. Pero, de pronto, por necesidades fisiológicas, tuve que entrar al WC. Bueno, les puedo asegurar que, me hubiese quedado a dormir la media mona allí mismo. Sin dudar ni un instante. Un perfume agradable, una musiquilla de fondo, sin ruidos añadidos, y una limpieza impoluta, rodeaban a estas instalaciones de un encanto inaudito. La entrada desde el comedor (envuelto en un escándalo babélico) a los servicios del restaurante, fue lo mejor de la comida de hermandad. Lo siento. Aturdido, volví a salir a la reunión, con los tímpanos y el hígado algo confundidos.