Era la de ayer una de las corridas estrella de la feria, de las de mayores expectativas, hasta el punto de que fue de las primeras de las que se supo que llenaría las casi 24.000 localidades de la plaza. Corrida, pues, de expectación, de esas que la mayoría de las veces suelen ser también de decepción por el juego de los toros, sólo que ayer, para contradecir el refrán, fueron los ejemplares de Núñez del Cuvillo los que, más que no defraudar, lucieron incluso por encima de los toreros.

A Alejandro Talavante, que es la base de este ciclo con sus cuatro paseíllos, le tocó en esta segunda tarde un lote especialmente bravo y por momentos desbordante, por la fuerza y la repetición de sus embestidas. Ambos astados exigieron al extremeño que se empleara a fondo para sacar lo mejor de su brava condición, pidiendo mando y gobierno en las telas para desarrollar y atemperar esas ganas de embestir sin descanso y con emoción.

Pero no siempre lo consiguió Talavante, que, con habilidad para resolver sin que le llegara el agua al cuello, no terminó de apostar con el jabonero segundo, crecido ya en el segundo de los tres puyazos que tomó y que siempre se arrancó entregado y con celo a los engaños y a los banderilleros. Sí que le dio sitio y ventajas el torero de Badajoz en todo momento, haciendo que su bravura fuera evidente, pero no siempre le llevó debidamente sometido, sino más bien desplazado con la muleta suelta y ligera, en una faena emotiva pero que nunca acabó de redondear.

El quinto, bajo y de más agradables hechuras, también empezó a dar lo mejor de sí cuando se quedó solo ante el extremeño, al que sorprendió con otras repentinas y fuertes arrancadas. Tampoco a este pareció Talavante darle la suficiente importancia, en tanto que, sobrado y con cierta displicencia, le movió con la muleta suelta, sin mucha precisión en el mando, hasta que, de tan libre, el de Cuvillo se lo echó inesperadamente a los lomos y le infirió una cornada en el muslo derecho.

Con la media empapada en sangre, Talavante volvió tranquilamente a la cara del toro para, ahora sí, ponerle a sus naturales la fibra y el dominio que hasta entonces se echaron en falta en dos series intensísimas y vibrantes que pusieron a toda la plaza de acuerdo. Ese gran final, con su punto de tragedia, y una estocada cobrada a un tiempo, le valió por fin una cara oreja que paseó ya camino de la enfermería.

A Juan Bautista le tocaron los dos toros de mayor calidad de la corrida, como ese primero de capa salinera (mezcla de pelos blancos y colorados) que fue mejorando y concretando en nobleza y clase lo que en principio parecía solo sosería y descastamiento. Igual que le pasó con el dulce pero flojo cuarto, el francés le hizo a éste una faena tan pulcra como anodina. Bautista intervino constantemente en quites.

También fue un toro bravo y con opciones el tercero, al que sólo le faltó un punto mayor de recorrido en sus embestidas, pero también un planteamiento más ambicioso por parte de Roca Rey, que abundó en empalmarle, que no ligarle, muchos medios muletazos que no calaron en el tendido. Porque después, por la violencia con que despidió al animal en un ajustadísimo pase cambiado por la espalda, el sexto de Cuvillo salió seriamente quebrado y lesionado del embroque, obligándole a cortar por lo sano y sin posibilidad de desquite.