Una corrida horrenda, no, lo siguiente. Un zoológico en toda regla de un hierro, el de José Luis Pereda, en irrefrenable decadencia en las últimas temporadas. Lo peor es que se veía venir, de ahí la pregunta ¿A qué viene traerla ahora en San Isidro? ¿Abaratar costes? ¿Favores comerciales? Por ahí andarán los tiros.

Para empezar, y como está siendo habitual en esta feria, disparidad de edades, con tres cinqueños, un cuatreño y dos camino de los seis años, y, en consecuencia, todo tipo también de hechuras y remates, desde las dos birrias que conformaron el lote de Fandiño al elefante con cuernos que hizo sexto.

Un arca de Noé al servicio del espectáculo en la primera plaza del mundo, que, por si fuera poco, ofreció un juego de lo más deslucido con el denominador común de la falta de clase.

Uno de esos fue el sexto, un mastodonte totalmente fuera de tipo que, además de acometer con muchísimo genio, le puso los pitones en las sienes de Caballero en más de una ocasión. Un trago de aúpa. Lo bueno del joven madrileño fue que, aún con muy pocos contratos en sus espaldas, anduvo muy entregado, sin volver la cara a la adversidad, y nunca mejor dicho.

No hubo lucimiento, porque fue imposible con semejante regalo, pero sí mucho corazón, amén del espadazo que recetó para quitárselo del medio, precedida, eso sí, de un golpe de verduguillo. La vuelta al ruedo que dio fue premio a lo mucho que tragó el de Torrejón.

LA MEJOR ESTOCADA / Y si esta estocada fue buena, la que agarró para finiquitar al primero de su lote fue, sin duda, la mejor de lo que va de feria por lo recto que se tiró, lo despacio que hizo la suerte y la soberbia colocación del acero. Arriba. Luego la faena a este tercero de, mansurrón y con tendencia a desentenderse ya en el segundo muletazo, no fue nada del otro mundo. Hubo alguna cosita templada, de buen aire incluso, y poco más, quede dicho que por falta de enemigo.

No hubo tampoco mucho más que contar en la tarde. Fandiño no pasó de voluntarioso con dos birrias de ¿toros? que, además de lucir una apariencia de reses de talanqueras, no se prestaron lo más mínimo.

Y algo parecido le ocurrió a Morenito, que se estrelló de bruces con el inválido parte plaza, y no se entendió con el noble e insulso cuarto.