Ganado: Seis toros de Fermín Bohórquez, despuntados para rejones, bien presentados aunque de dispares hechuras y de buen juego en su conjunto. Tercero y quinto fueron los de mayor bravura y duración.

Sergio Galán: pinchazo, rejonazo trasero y dos descabellos pie a tierra (silencio); rejonazo trasero (oreja).

Andrés Romero: rejonazo contrario (oreja); rejonazo trasero contrario (oreja con petición de la segunda).

Lea Vicens: dos pinchazos, dos medios rejonazos contrarios y rejonazo trasero (silencio); rejonazo muy trasero contrario (oreja).

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La festiva y amable predisposición del público que acude a las corridas de rejones no siempre sirve para aquilatar con los trofeos conseguidos los méritos de los jinetes ante el toro, como, una vez más, se comprobó ayer incluso en una plaza de la categoría de la de Sevilla. Y así sucedió que el mejor rejoneo de la tarde, el toreo a caballo más templado, frontal, reunido y preciso, que llevó la firma de Sergio Galán, se premió con una rácana oreja que, aun así tuvo mucho más peso específico que cualquiera de las que pasearon sus compañeros de terna. El caballero conquense lidió a sus dos toros, en el amplio sentido de la término, con ajuste, despaciosidad y dominando perfectamente el juego de terrenos, tan importante en este tipo de tauromaquia. Y lució con naturalidad, sin alardes ni guiño alguno para la galería, tanto al noble y enclasado primero -a falta de un punto mayor de vibración- como al cuarto, también de buenas embestidas pero de juego a menos.

Si no se le pidieron trofeos a Galán con el que abrió plaza fue por sus fallos con el rejón de muerte -los únicos de toda su actuación- mientras que con el quinto, al que si mató al primer intento cuando comenzaba a lloviznar, se le premió con ese único trofeo que no hizo justicia a la que fue una completísima faena, desde que paró muy despacio al cuatreño con la grupa de Amuleto. Pero el cenit de su actuación llegaría sobre Apolo, un caballo de pelo isabelo sobre el que le clavó al de Bohórquez dos soberbios pares de banderillas a dos manos, citando desde corto, dejándose ver y llegando a la cara del toro con la frontalidad y el temple con que cuajó todo el resto de suertes.

En cambio, esa naturalidad a la hora de ejecutar el toreo a caballo con pureza llegó menos al tendido que la espectacularidad buscada por sus compañeros, que rejonearon a sus lotes con menor precisión y ajuste pero consiguieron algo fundamental para obtener trofeos en las corridas de rejones: matar a los toros de manera fulminante, más allá de como caiga el rejón final.

A Andrés Romero le pidieron, y le dieron, por eso sendas orejas, por su desigual actuación con el segundo, el de menos juego de la corrida, y por su faena entonada y a más con el quinto, que tuvo bravura, clase y vibración en sus embestidas hasta el último momento.

Aún cayó una oreja más en manos de la francesa Lea Vicens en el primer toro de su lote con el que luego fallaría demasiado y también con los aceros.

Y tras nuevos desajustes y errores, mejoró un tanto el tono la amazona gala en la segunda mitad de su faena al sexto, que fue premiada muy generosamente tras un rejonazo que cayó justo a mitad del lomo del buen toro de Bohórquez.