Ganado: Se lidió una corrida cinqueña -el sexto rozaba los seis años-, justa de carnes y de escasa presencia marcada con el hierro de Garcigrande. Destacó especialmente, por bravo y noble, el lidiado en tercer lugar. Sirvieron primero y sexto y resultó remiso y soso el cuarto. El quinto fue de más a menos. El peor, con diferencia, fue el intoreable segundo.

Enrique Ponce, silencio y vuelta al ruedo.

Alejandro Talavante, oreja y ovación.

Pablo Aguado, que tomaba la alternativa, vuelta al ruedo y ovación tras aviso.

En cuadrillas, destacaron los banderilleros Sergio Aguilar y Juan José Trujillo. El picador Manuel Quinta se retiró de la profesión después de picar al cuarto y dio la vuelta al ruedo junto a Enrique Ponce, que fue atendido en la enfermería de una "contractura con posible desgarro del abductor derecho" de pronóstico leve.

La plaza registró casi tres cuartos de entrada en tarde veraniega.

Aguado se convirtió en matador con el toro Recobero, negro listón y marcado con el hierro de Garcigrande. La tablilla marcaba 503 kilos de peso y el aspirante a matador, que vistió un terno marfil y oro, recibió los trastos del oficio de manos de Enrique Ponce antes de brindar a su padre.

ALTERNATIVA / Pablo había tenido que esperar que el público dejara de protestar la aparente descoordinación de su enemigo, un toro que se empleó en el caballo y se acabó entregando en su muleta. Aguado mostró ambición, compromiso y ritmo en su toreo. Se puso de verdad y arrancó un puñado de muletazos de personalidad diferenciada y ritmo interior que marcaron la diferencia.

Se acabó entregando el toro aunque le faltó continuidad para que el nuevo diestro pudiera redondear por completo una faena en la que hubo sabor y compostura y también sentido de la medida. Unos ayudados por bajo preludiaron un espadazo bajo y caído que escamoteó el trofeo. La vuelta al ruedo se convirtió en el premio de consolación.

No sería la única oreja que iba a perder por culpa del acero. Aguado había vuelto a construir un trasteo intenso, de menos a más, con un sexto que tuvo tanta nobleza como teclas que tocar.

La faena rompió definitivamente en una gran tanda diestra que cosió a una nueva serie arrebatada, muy hundido en el albero. Cuando el toro echó el freno se marchó en busca del acero pero los pinchazos volvieron a escamotear la oreja.

El caso es que la espada también se iba a encargar de alejar la oreja de peso que se había ganado Enrique Ponce después de dictar una lección magistral con el cuarto de la tarde.

Ponce le esperó, le consintió y le buscó todas las vueltas hasta cuajarlo por completo.

Fue un trasteo de fachada estética pero gran fondo técnico que supo valorar el público sevillano, que también aplaudió con fuerza la despedida del picador Manuel Quinta después de 36 años en el oficio y 27 en la cuadrilla de Enrique Ponce que, del alguna manera, convirtió la lidia de ese animal en un homenaje a su subalterno, al que sacó a dar la vuelta al ruedo.Con el primero de su lote, que no tuvo un pase, le tocó abreviar.

El testigo del evento era Alejandro Talavante, convertido en inesperada base de la feria por la ausencia de Manzanares. El diestro extremeño se llevó la bola premiada: un excelente tercero al que cuajó una faena compuesta, de más a menos y un punto superficial que no llegó a calentar de verdad a la parroquia a pesar de la oreja, la única del festejo, que cortó.

El quinto no tuvo el mismo fuelle pero tampoco le faltó bondad. Talavante volvió a repetir el mismo argumento e idéntico planteamiento: facilidad sin redondez en una labor a la que faltó trazo más definido.