Ganado: Dos toros -primero y cuarto- de El Tajo y cuatro de La Reina, de bonitas y armónicas hechuras los tres primeros, y más grandones y cargados de kilos los tres últimos, pero con los seis muy ofensivos por delante. A la corrida le faltó raza y, sobre todo, fuerzas, a excepción del extraordinario primero y el encastadísimo quinto, ovacionados ambos en el arrastre.

Iván Vicente: estocada trasera y desprendida (vuelta al ruedo tras petición en el límite); y estocada (ovación tras aviso).

Javier Cortés: pinchazo y bajonazo (silencio); y media perpendicular y atravesada (oreja con fuerte petición de la segunda que recoge la cuadrilla).

Gonzalo Caballero: tres pinchazos y dos descabellos (silencio tras aviso); y dos pinchazo, estocada y dos descabellos (gran ovación camino de la enfermería)

La tarde llegaba a su ocaso con la única pena de haber visto un gran toro de Joselito, el primero, marchar al desolladero con las orejas puestas. Pero fue salir el quinto y la función dio un giro radical, para bien, para muy bien, aunque al final el dramatismo también brotara a causa de los percances sufridos por Javier Cortés y Gonzalo Caballero. Los dos héroes de un 2 de mayo que se recordará por mucho tiempo.

Y será así fundamentalmente por la sublime actuación de Javier Cortés con ese quinto, un «armario empotrado» de 655 kilos, con dos guadañas afiladas como la catana de un samurái, y que, para más inri, tuvo casta y emoción a raudales, de esas que exigen de verdad, pues, aún sin humillar, sus vibrantes embestidas eran de las que piden el carné.

Y en frente de semejante «alhaja», un tío: Javier Cortés. El rubio de Getafe demostró por fin el gran torero que es, la autenticidad y la verdad que tiene su concepto, ese que prende la llama de la exaltación más absoluta. Porque sin miramientos se echó la muleta a la zurda y, en los mismos medios y a pies juntos, dejó venir de lejos a Cazador para recetarle el primer natural mirando al tendido. Grandioso. Pero lo que vino después ya fue el acabose. Una afrenta de tú o yo, de esas del vello de punta, porque, además, Cortés lo toreó de maravilla a media altura, muy de verdad, sin un solo desahogo, citando siempre con el medio pecho y vaciando la embestida muy atrás. Más autenticidad no podía haber. Y la plaza, una locura.

Pero tanta entrega iba a tener su precio, pues en un parón, antes de un pase de pecho, el animal tiró un derrote seco cazándole en la pierna izquierda. La sangre no tardó en brotar, pero, consciente de la gran obra que había esculpido, Cortés se negó a pasar a la enfermería, no sin antes poner firma a lo que había hecho. Visiblemente herido, todavía le dio tiempo a pegar dos tandas más al derecho también sublimes, hasta que se tiró a matar, en la misma boca de riego y en la suerte de recibir. Es verdad que la espada cayó de aquella manera, pero daba igual. La plaza rugió como pocas veces. Todos menos uno: El usía, el único encargado de empañar la tarde al negarle la segunda oreja. !Qué falta de sensibilidad!. Va a ser muy difícil ver algo mínimamente parecido este año en esta misma plaza.

Pero todavía quedaba el sexto, y con él Gonzalo Caballero, que, antes de que la gente se recuperara de la conmoción, también salió por los aires de forma espeluznante en un remate con el capote. La caída sobre el cuello, muy fea, hizo nuevamente despertar las alarmas. Y cuando estaba Iván Vicente preparado para dar cuenta del animal, de repente se abrió el portón de la enfermería y allí estaba el otro héroe de la tarde, que, con un torniquete en el muslo izquierdo, volvió al ruedo para, si bien no poder hacer algo lucido, sí demostrar que a valor y a vergüenza torera pocos le igualan. Estos fueron los dos pasajes más emocionantes de una tarde en la que también hay que destacar la excelsa calidad del primer toro, al que Iván Vicente diseñó una bella faena, pero sin acabar de hacer la apuesta, sin romperse de verdad con un astado que se fue al desolladero con las orejas puestas. El mismo Vicente no pasó de discreto con el insulso cuarto, mientras que tanto Cortés como Caballero ya habían dando la cara con sus dos flojos y apagados primeros de sus respectivos lotes.