El diestro valenciano Enrique Ponce cortó ayer, a base de oficio, la única oreja concedida en el cuarto festejo de las Corridas Generales de Bilbao, un espectáculo desabrido en el ruedo, por la escasa conjunción de toros y toreros, y muy ruidoso y a veces hasta bullanguero en los tendidos.

Sin que llegara a llenarse por completo, la plaza de toros de Bilbao, que pasa por ser una de las más serias y de mayor categoría de España, fue hoy un recinto ruidoso y, por momentos, bullanguero donde se aplaudió casi todo cuanto sucedió en la arena, ya fuera lo poco bueno o lo mucho malo. Ya se generó mucho ruido en la división de opiniones -lo cierto es que con más palmas que pitos- con que se acogió la llegada a uno de los palcos de Don Juan Carlos y, sobre todo, con cada uno de los brindis que le hicieron los toreros de la terna.

La única faena de la tarde que justificó tan festivas ovaciones fue justo la primera, la que Enrique Ponce le hizo al toro que abrió la desigual corrida de Domingo Hernández.

El astado salmantino se movió y embistió con recorrido y cierto temperamento a la muleta del valenciano en un trasteo, como todos los de la tarde, de muy largo metraje y en el que hubo más oficio que apuesta por parte del veterano espada. Casi siempre al hilo del pitón, sin fajarse a fondo con el toro, Ponce lo llevó con soltura y sin apreturas en varias series de pases que se contemplaron con más agrado que entusiasmo, para llevarse así una oreja del que ya se vio que iba a ser un público predispuesto al aplauso generoso.

Pero desde que salió el segundo, el toro de más cuajo y seriedad del encierro, el espectáculo empezó a decaer en calidad y dejó de dar motivos para tanto guirigay.

Más bravucón que bravo, este segundo de la tarde desarrolló peligro por el pitón izquierdo y mala clase por el derecho, aunque El Juli, seguro y atento, no le dejó desarrollar a peor sus intenciones. El diestro madrileño, que tantas tardes triunfó en esta plaza, se fue esta vez de vacío porque, pese al clima a favor en el tendido, no llegó a levantar su faena al quinto.

Del mismo modo, tampoco Ponce consiguió sacar nada en claro del endeble y desfondado cuarto, con el que se aplicó con desigual temple. Y, pese a que se le animó y se le aplaudió como si se tratara de una de sus mejores tardes, el joven López Simón, destemplado y sin criterio toda la corrida, ofreció una decepcionante imagen en su presentación en Bilbao.