Podría haber sido mejor, pero también peor. La tarde acompañó lo justito para que no desmereciera. Desde el minuto de silencio que se guardó por Cristóbal Molina Minuto, subalterno que puso el primer par de banderillas en Los Califas -fallecido en febrero-, hasta el detalle de Cayetano con Julio Benítez en el último toro. Porque la tarde fue de brindis. Finito se acordó, en el primero, de su padre, al que dedicó el astado. Y ya en el segundo se fue hasta el centro del redondel mirando al cielo para recordar al Monstruo, del que se cumple el centenario de su nacimiento. En el burladero del dos se emocionaba su sobrina, Pilar Soria.

No quedó ahí la cosa. El toro con el que Enrique Ponce abrió la puerta de Los Califas iba dedicado, precisamente, a Finito de Córdoba. Una faena que presenció Chiquilín con mirada melancólica mientras comentaba el festejo para Canal Sur. Una melancolía sobrevenida por los 25 años que se cumplen de la alternativa del maestro cordobés.

También dejó otros detalles y hasta algún susto la tarde. Entre los primeros, un nombre destaca. Para el nivel de su tauromaquia están los críticos y entendidos en eso. Pero a la hora de dejar imágenes, Cayetano es un filón. Esperaba al primero de su lote con el capote sobre el burladero, apoyando los brazos sobre el borde y la cara reposando en las manos cruzadas. Tras los lances de recibo se puso de rodillas y, cuando el animal no acudió, no tuvo otra que lanzarle la montera. Hubo quien se sorprendió, también quien silbó levemente e incluso quien aplaudió el gesto de rabia. Luego, en la muleta, dejaba otra imagen para los curiosos o para los que valoran las estampas y no tanto el contenido que tengan los protagonistas, al dirigir a sus subalternos con la toalla en la mano. Y, por si fuera poco, ya en el segundo, se descalzó en mitad de la faena de muleta. La faena a ese animal se la brindó a Julio Benítez.

El susto de la tarde lo protagonizó Enrique Ponce, precisamente en el toro que le dio el triunfo. Justo cuando iba a empezar la faena de muleta, al desplazar al animal hasta una zona protegida del aire, se resbaló con una de las líneas del tercio y, desde el suelo y sin soltar la muleta, evitó males mayores. Luego, durante la lidia, el de Chiva le recetó al astado una bianquina, suerte con la muleta cambiando de mano inventada en honor a su hija, Bianca. Pero lo mejor sin duda fue sentir por fin una plaza en absoluto silencio (sólo unos minutos) para poder escuchar a Ponce decirle a Ollero mientras lo muleteaba: «Mira, mira qué bonito». Y otro más: «Mira, mira qué bonito éste».

Y la noche con sabor a brindis la cerró, casi a las 22.00, el sustituto del sacrificado sexto, Noctámbulo. Cómo no.