Más allá de las orejas cortadas, que fue una, o de las perdidas, que fue otra, y también más allá de esa segunda salida a hombros consecutiva que estuvo a punto de conseguir, el valenciano Román subió ayer en Las Ventas otro escalón hacia su consolidación como posible figura del toreo. Porque, por encima de los resultados tangibles y contables, lo más importante de su actuación en la Feria de Otoño han sido esos matices de torería y capacidad más difíciles de medir pero que definen a los toreros cuajados y de valor y oficio consistentes.

Fue esa manera de estar y de hacer, la de la firme decisión y la firmeza total, la que le llevó no sólo a dominar sino también a lucirse con un tercer toro de Fuente Ymbro de engañosa movilidad, bravo en apariencia, pero desrazado en el fondo por la falta de entrega en sus inciertas y rebrincadas arrancadas. Firme siempre, desde que se dobló por bajo para abrir el trasteo hasta que lo remató con unas escalofriantes bernadinas, Román nunca cedió en su empeño de imponerse al fino y cornalón animal, aunque éste amagara con rajarse o, dolido por el mando de la muleta, acabara colándosele y volteándole con saña en mitad del trasteo.

Pero, con un valor sin alardes y un creciente poder en la tela, Román consiguió imponerse definitivamente. Pero aun así el bravucón se guardaba todavía una bala de genio en la recámara, que utilizó al sentirse herido de muerte en la estocada que Román cobró con absoluto rectitud. El de Fuente Ymbro no sólo le buscó la femoral en el embroque, aunque sólo consiguiera rajarle la taleguilla, sino que además le pegó un arreón desesperado de punta a punta de la plaza, del que Román se salvó por puras piernas.

La oreja que cortó el valenciano fue, pues, de ley, como hubiera sido también la que se ganó pero perdió por fallar con la espada ante el sexto, un toraco basto y grandón que nunca humilló ni se entregó, pendiente en todo momento de salir huido hacia las tablas.

El mexicano Adame dio una protestada vuelta al ruedo después que, sin fuerza suficiente, se le pidiera la oreja de su primero, al que hizo una faena habilidosa y de poco temple. El quinto fue un manso con el que no pudo desquitarse. A Morenito le tocó el peor lote. Mala suerte.