El diestro peruano Andrés Roca Rey ha estado a punto de salir hoy por la codiciada Puerta del Príncipe de la Maestranza, tras cortarle las dos orejas a un manso encastado en un alarde de poder y firmeza y perder después, al fallar con la espada ante el sexto, el tercer trofeo necesario para tal privilegio

FICHA DEL FESTEJO:

Cinco toros de Victoriano del Río y un voluminoso sobrero de Toros de Cortés lidiado en tercer lugar que sustituyó a otro de su mismo hierro devuelto por flojo. Los titulares lucieron buena y fina presencia, aunque con desigualdad de volúmenes, y mansearon en distinto grado, pues se rajaron descaradamente o desarrollaron genio, temperamento y complicaciones. La excepción fue el cuarto, bravo y con entrega en el último tercio, premiado merecidamente con la vuelta al ruedo en el arrastre.

Sebastián Castella, de malva y azabache: pinchazo y media estocada chalequera (silencio); estocada muy trasera desprendida y tres descabellos (vuelta al ruedo tras aviso).

José María Manzanares, de celeste y oro: estocada desprendida (ovación tras aviso); pinchazo y estocada honda contraria (ovación).

Roca Rey, de verde botella y oro: estocada desprendida (dos orejas tras aviso); metisaca, dos pinchazos, estocada contraria y seis descabellos (ovación tras aviso).

Entre las cuadrillas, José Chacón saludó tras banderillear al cuarto.

Duodécimo festejo de abono de la feria de Abril de Sevilla, con lleno de "no hay billetes" (unas 11.000 personas), en tarde viento racheado y con lluvia en la lidia del último toro.

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UN DUELO DE CASTA

Había pasado ya una tediosa hora y cuarto de corrida, entre pausas y paseos de los toreros ante un toro venido rápidamente abajo y otro que huyó a las tablas, cuando salió al ruedo un voluminoso y serio sobrero con el que la tarde, y la feria, dio un vuelco espectacular.

Y no porque el de Toros de Cortés pusiera demasiado de su parte sino porque con él hizo el peruano Roca Rey un alarde de firmeza, ambición y determinación que le llevó a cortarle dos orejas con una clamorosa rotundidad.

En realidad, el sobrero apenas fue castigado en varas, a petición del matador, por lo que en banderillas el sentido y el mal estilo que desarrolló en banderillas, conservando casi toda su fuerza, planteaba ya un amenazante panorama para el último tercio.

Roca Rey, sin encogerse, le abrió faena por estatuarios, aguantando su brusquedad, hasta que al ponerle delante la muleta para torearle con la derecha, el manso le volvió la cara y, asombrosamente, tomó al galope el camino hacia toriles.

Manso, sí, pero encastado, porque, ya en su terreno, sí que acometió al joven peruano, que, firmísimo y aplomado, lo sujetó y lo sometió en su muleta, con la mano baja y un poder absoluto ante una embestida emotiva por fuerte y temperamental.

Con las dos manos, a pesar de las molestias del viento, le ligó los pases Roca Rey, que incluso, dominador de la situación, se permitió adornarse con circulares, cambios por la espalda y, sobre todo, larguísimos pases de pecho que, como el toreo fundamental, provocaron los olés más roncos de cuanto va de feria de Abril.

Así que con la plaza en ebullición, entregada a su entrega, llegó la unánime petición de las dos orejas para premiar los méritos del peruano una vez que el torancón cayó de la estocada.

Todo hacía prever que el novel matador andino, de tan pletórico, cortaría también la oreja del sexto, necesaria para cubrir el cupo de tres que avalan la salida por la Puerta del Príncipe, pero ni el toro, ni el ambiente ni el final de la faena fueron los mismos.

Manso y de corto y áspero recorrido el animal, con mucha gente abandonado los tendidos a causa de un repentino chaparrón y con reiterados fallos con los aceros, Roca Rey se quedó a pocos metros del umbral tras esforzarse en sacar algo lucido de un toro que no se lo regaló.

La otra nota destacada de la tarde es que, entre la exhibición de nerviosa mansedumbre de la corrida de Victoriano del Río, hubo una gloriosa excepción, la de un cuarto astado, de nombre "Derramado", que derrochó la bravura, la clase y la profundidad que les faltó a todos sus hermanos.

La faena que le hizo Sebastián Castella a este gran ejemplar tuvo una larga y perfecta apertura, con ayudados por alto, trincherillas y pases de la firma, en la que se vio ya la notable condición del astado del hierro madrileño y que hacían prever una gran obra.

Pero el trabajo no llegó a tanto. La virtud principal fue que Castella dejó ver con generosidad toda la dimensión del toro, pero con la constante deficiencia de que, sin apenas lucirlo por el pitón izquierdo, todas las series a derechas fueron más bien una sucesión de pases empalmados, que no ligados, en los que el francés nunca apuró la codicia ni redujo la velocidad de las embestidas.

Tanto fue así que solo tres golpes de descabello bastaron para enfriar los ánimos del público, que no pidió así premio para el torero pero sí para el toro: una merecida vuelta al ruedo que dejó la cosa en tablas entre ambos.

Y si Manzanares no pudo lograr con el rajado segundo, ante el desabrido y cada vez más "orientado" quinto hizo un esfuerzo añadido de solvencia para intentar no quedarse atrás en la tarde en que un joven peruano relanzó una hasta ahora mediocre feria de Abril.