La voluntad de ser, el apostar fuerte dejándose los toros crudos en el caballo y la actitud le valieron a Ginés Marín para abrir la puerta grande de la plaza de Cuatro Caminos. La clave del triunfo estuvo en el sexto, un toro manso que apenas fue picado y que se movió mucho en el último tercio. Un quite por chicuelinas más media verónica muy cadenciosa fueron toque de atención.

La faena de muleta se desarrolló en todos los terrenos habidos y por haber de la plaza, señal de que no hubo un mando pleno sobre el animal. Por momentos, Marín hizo fluir el toreo bueno en las series de derechazos iniciales, ligados, con la figura asentada, corriendo la mano con largura y componiendo la figura con estética apreciable. Por el pitón izquierdo, sin embargo, el de Núñez del Cuvillo le desbordó. Desde ahí las series se sucedieron desiguales y luchando contra la tendencia a la huida del mansote. Un espadazo con derrame liberó las ansias triunfalistas del público que pidió las dos orejas, a lo que accedió el presidente con exceso de generosidad. En su segundo le concedieron una oreja a las ganas y a la voluntad.

El jabonero quinto fue potable dentro de su escasa duración. Talavante terminó haciendo retroceder al animal, recordando al Paco Ojeda más carismático en muletazos ejecutados a milímetros de los pitones. Fue labor valiente y temeraria por momentos, de las de embestir cuando ya no embiste el toro. No le ayudó en la suerte suprema y cobró una estocada entera un punto desprendida. Oreja. El segundo se lesionó tras hundir el pitón izquierdo en la arena y el presidente lo devolvió a los corrales. Salió en su lugar un sobrero del mismo hierro titular, bien armado. Talavante soportó dos coladas escalofriantes en el recibo a la verónica. No era uniforme la embestida, siempre pensándoselo, a topetazos, sin clase ni entrega por el izquierdo y colándose descaradamente por el derecho.

Morante no tuvo toros. El primero fue mansote, apretando para adentro y de pocas fuerzas. En el cuarto de la tarde, el de La Puebla del Río solo pudo arrancar destellos en las chicuelinas del quite. Con la franela, cada vez que le apretaba por abajo perdía las manos. H