Ganado: Cinco toros de Gavira, de buena presencia y aparatosas y astifinas defensas. Corrida mansa aunque con un fondo de nobleza, de la que sobresalió el cuarto. Los complicados quinto y sexto, los más deslucidos. El segundo fue un sobrero de Torrealba, de buenas hechuras y noble.

Curro Díaz: media tendida y atravesada, y dos descabellos (oreja); estocada (oreja); y estocada (silencio en el que mató por Galván).

David Galván: estocada (oreja tras dos avisos en el único que mató).

Juan Ortega, que confirmaba alternativa: pinchazo y media (ovación); y tres pinchazos y estocada (silencio).

Incidencias: en la enfermería fue intervenido David Galván de "cornada en tercio medio, cara interna de pierna derecha, con orificio de salida por cara externa, que produce destrozos en músculos sóleo y gemelos, de pronóstico reservado".

El torero Curro Díaz inauguró ayer a lo grande la temporada en Las Ventas, con un triunfo de Puerta Grande después de bordar el toreo al ralentí, en una tarde en la que David Galván logró también un apéndice después de resultar herido.

Un tarde fría y gris inauguró ayer la temporada en Las Ventas por la festividad del Domingo de Ramos. Pero el ambiente triste y taciturno se tornó luz celestial gracias a la torería de Curro Díaz, que nueve años después volvió a abrir la Puerta Grande de la Plaza de Madrid. También destacó la raza de David Galván, que cortó una oreja después de caer herido, mientras que Juan Ortega, con el peor lote, protagonizó una confirmación de alternativa de lo más decorosa.

A Curro Díaz le correspondió en primer lugar un sobrero de Torrealba, a la postre el mejor del sexteto que salieron por toriles. El pinturero y aromático inicio del linarense ya despertó un run run en el tendido, que se tornó en clamor en las dos primeras series a derechas por el gusto, la torería, el encaje y la manera de descolgar los hombros del torero, que se abandonó por momentos, creando un clima de obra grande.

REMATES Y FILIGRANAS Los naturales brotaron también con una naturalidad y una largura exquisitas, amén de los remates y adornos, auténticas filigranas. Hubo gente que le censuró la colocación, pero, a decir verdad, la belleza de cada pintura que ejecutó Díaz pudo con todo. A todo esto, el toro respondió finalmente con nobleza y buen son.

Lo que sí es algo preocupante es que con una media estocada y dos descabellos se le concediera la oreja, premio condescendiente siendo en Madrid, donde tantos triunfos se han ido en años pasados en la suerte suprema, suerte, valga la redundancia, tristemente devaluada.

El cuarto pareció estar tocado de los cuartos traseros, lo que le impidió que acabara de afianzarse en la muleta, hasta que la varita mágica del temple de Curro Díaz obró el milagro: el toro empezó a responder y la gente volvió a estremecerse paladeando su maravilloso toreo en otra labor cumbre, y a más, de torerísimos pasajes y con epílogo de antología, bordando el toreo al ralentí. La estocada esta vez sí entró a la primera, y la oreja cayó para abrirle la puerta grande.

Debido al percance del compañero, Curro tuvo que dar cuenta del manso y deslucido sexto, con el que apenas se dio coba. Preciosa fue la lámina del astifino y cornivuelto toro que abrió plaza; pero, aunque noble, pecó de falta de fondo en la muleta, constándole un mundo tirar para adelante.

Se le vio muy puesto al confirmante Ortega, perfectamente colocado en toda la faena, cruzadito, muy de verdad; y así logró templados pasajes sobre la diestra más que estimables. Digno doctorado del sevillano.

El quinto fue uno de los dos garbanzos negros del envío por reservón y complicado, imposible para hacer el toreo. Ortega solo pudo quitárselo del medio.

Galván salió por los aires en el pendulazo de apertura de faena, en el que cayó herido. No se miró, y volvió a la carga para realizar una labor de lo más emotiva, sobre los mimbres del pundonor y el amor propio, aunque pecara de cierta frialdad, que, sin embargo, los tendidos obviaron al ver tanta entrega a medida que su pierna se iba cubriendo cada vez más de sangre.

Faena de raza del gaditano, que despenó al mansito pero manejable gavira de gran estocada, que, por sí sola, valía la oreja que paseó.