Pasado por agua, al menos en los prolegómenos, arrancó ayer el primer San Isidro de la era Simón Casas al frente de Las Ventas. Un festejo con el toro como principal protagonista al echar ya de primeras una ganadería de las toristas como La Quinta.

Y, lo que son las cosas, lo que no ha funcionado ha sido, precisamente, la corrida, sin raza, muy a la defensiva y con malas intenciones como ha sido el caso de varios de los grises de Martínez Conradi, como el segundo, entre otros, que ha dejado pronto fuera de combate a David Galván. Qué mala suerte tiene este torero con los percances.

En el otro extremo hay que alabar la solidez y los arrestos de Javier Jiménez frente al quinto, toro con peligro por el pitón derecho, embistiendo directamente al bulto y haciendo pasar las de caín a las cuadrillas en los primeros tercios. Pero por el izquierdo el animal era otra cosa, más franco y, sobre todo, con transmisión, y por ahí el de Espartinas ha obrado el milagro de la tarde. Muy sólido el torero, le acabó pegando pases impensables, algunos muy buenos, lo que propició que los tendidos despertaran del sopor en el que estaban inmersos; de ahí que, tras la estocada, le llegaran a pedir la oreja, que, sin embargo, se ha traducido finalmente en una merecida ovación. Un oasis entre tanta aspereza.

Su primero, tercero de corrida, no fue tampoco oponente claro por incierto y reservón. Jiménez hizo también la apuesta, sin amilanarse, primero a base de paciencia para tratar de ahormar unas embestidas poco francas y después para quedarse en el sitio y tirar de él con seguridad y aplomo en un largo y laborioso trasteo. Y ya con el sexto, que tuvo que matar en lugar del compañero herido, un animal muy a la defensiva, con la cara siempre por encima del palillo, Jiménez pasó un quinario en la suerte suprema, tanto que estuvo a segundos de dejárselo vivo.

El toro que abrió corrida y feria lucía hechuras para embestir; sin embargo, se afligió enseguida. No tenía mal aire, sobre todo por el izquierdo, pero le costaba un mundo perseguir los engaños, durmiéndose a mitad del muletazo. Aguilar, casi en labores de enfermero, le extrajo muletazos muy templados al natural, mas al conjunto le ha faltado continuidad.

El cuarto no tuvo la más mínima raza para plantar batalla a Aguilar, que anduvo con voluntad para tratar de sacar algo en claro; no obstante, se acabó encontrando con la frialdad de unos tendidos más pendientes de cualquier cosa menos de lo que pasaba en el ruedo.

El primero y, a la postre, único enemigo de David Galván cantó pronto su mansedumbre. Huido y remiso, marcó enseguida la querencia, donde cobró las dos varas, saliendo suelto nada más notar el hierro. Se dolió también el manso en banderillas, poniéndose imposible para la muleta, tanto que acabó cogiendo de muy malas maneras al gaditano, que sufre una importante lesión de codo.