El torero sevillano Pepe Moral cortó las dos últimas orejas concedidas en la feria de Abril de Sevilla, que se cerró ayer con una corrida de Miura alejada de su leyenda por su manejable comportamiento en conjunto. En una feria en la que han embestido, y muy bien, una veintena larga de toros, a la lista también se sumó ayer, quizá contra pronóstico, un notable ejemplar del legendario hierro de Miura, que cargaba en su voluminosa caja un total de 631 kilos de carne y huesos.

Pese a su amplia alzada y larga eslora, Amapolo se movió con agilidad sobre el albero y desarrolló una evidente calidad en las embestidas por el pitón izquierdo. Y fue justo por ese lado por donde Pepe Moral le cuajó la serie de naturales más templados y hondos de cuantos se han visto, que no han sido muchos, en todo el abono maestrante.

El torero sevillano fue generoso con el miura, en tanto que le citó siempre con una honesta actitud, primero por el lado derecho, por donde también tuvo nobleza y, ya mediado el trasteo, por ese notable pitón zurdo, haciendo vibrar a la plaza con unos naturales sutiles de trazo, lentos de ritmo y profundos de recorrido. Ese cuarteto de pases supuso el cenit de una faena que se mantuvo después en buen tono, con muletazos sueltos pero no tandas compactas y sin volver a tan alto nivel, entre otras cosas, porque Moral no acertó a repetir la fórmula.

Fue faena de una oreja, por mucho que, tras el bajonazo que la afeó, el público, en un amable fin de fiesta, quisiera premiarla con dos, a lo que, con buen criterio, no accedió la presidenta. De haberse concedido ese doble trofeo, Moral hubiera salido por la Puerta del Príncipe, pues ya en su primer turno le cortó otra oreja, también generosa, a un miura flojo y huesudo al que acabó sacando partido en un largo trasteo en el que consiguió que el astado se asentara y tomara con fluidez un puñado de pases limpios.

El mayor sobresalto de la tarde lo protagonizó Esaú Fernández cuando se fue a saludar a porta gayola al tercero, que, sin fijeza, se le coló en la larga cambiada y le obligó a echarse a tierra, donde el de Miura le pataleó, afortunadamente sin llegar a herirle. Llevaron a Esaú desmadejado a la enfermería, pero justo cuando acababan de picar al toro, volvió al ruedo a la carrera para continuar la faena, que duró hasta que el noble animal se lastimó la pata delantera derecha y él tuvo que cortar por lo sano.

Ya con el sexto, que embistió, aparentemente sin clase, pero con la fuerza y la inercia de sus 633 kilos de peso, Fernández estuvo tan decidido como poco asentado en que ya era el ocaso de la feria.

El primer espada de este cartel netamente sevillano era Antonio Nazaré, que estuvo dignísimo y muy suelto ante el peor lote de la miurada, su zancudo primero por inválido y el cuarto por ser el de más complicaciones de los seis. A uno lo trató el de Dos Hermanas con buen pulso mientras que con el otro se fajó, muy centrado siempre, hasta corregirle defectos y sacarle un puñado de pases más que estimables.