La plaza de toros de La Misericordia fue ayer un infinito torbellino de emociones desde que salió por la puerta de toriles el primer toro de la tarde. Juan José Padilla se hincó de rodillas para recibirlo a porta gayola siendo arrollado estrepitosamente, impactando sobre su rostro el cuerno del animal.

Inmediatamente fue asistido por el resto de las cuadrillas llevándoselo al burladero de matadores. Ahí se le hicieron las piernas trapo desvaneciéndose irremediablemente. Hubo que llevarlo en volandas a la enfermería donde ya lo esperaba el equipo médico. La incertidumbre se adueñó por completo del ambiente en los tendidos y los negros recuerdos se hicieron presentes.

Morante, claro, apechugó con el toro resolviendo de modo tan discreto que si llega a llamarse López lo canean, pero ayer era el Día Internacional de los Exquisitos Catadores de Arte, o sea.

En segundo turno saltó un toro chico, muy por debajo de lo aceptable y que fue devuelto por flojeras. Una ruinilla.

El sobrero de Garcigrande se quedaba debajo de los capotes sin ningún recorrido y el de La Puebla lo despachó, exactamente, en un minuto y doce segundos de cronómetro. La bronca fue de escándalo, que es lo que le mola a Morante porque así tiene la oportunidad (le quedaba todavía un toro) de reconciliarse con dos lances y una media y tal. Y de paso se lleva (o lo intenta) las portadas y los comentarios en las redes sociales. Estos genios...

Mientras tanto --todos pendientes de la enfermería-- Talavante se dejaba de pamplinas echándole la muleta por la izquierda a un minitoro al que largó primero a la recta para ir afianzándolo poco a poco hasta meterlo en la muleta.

Puede que ayer no fuera ese Tala arrebatador pero a su otro también lo despojó de una oreja. Estuvo pues superior, superior pero no alcanzó las cotas de éxtasis pseudomístico de sus grandes tardes. Pero fetén ¿eh?.

Entre tanto lío de emociones saltó el quinto, otro toro (vaya coladero en corrales) justito de casi todo que llegó dócil y sumiso al paño de Morante que, para alegría y regocijo de sus incondicionales dejó estar al artista, tomando el trapo casi al paso. Si le ponen un sofá el toro se sienta.

Pero el moranteo ya estaba tan entregado que la cosa no tenía freno. La estocada fue certera y efectiva y se le pidió premiazo que el palco dejó en una sola oreja.

Cuando se retiró al burladero apareció Padilla. La plaza registró un temblor grado cinco. Se coreó su nombre con admiración y respeto y el Ciclón de Jerez correspondió echándose de rodillas para largar capote tres veces de salida. Colocó banderillas entre las ovaciones resonantes y volvió a hincarse de hinojos para iniciar la faena de muleta. Aquello se hundía. Dio todo lo que tiene a lo largo de una faena plena de emociones que coronó con un espadazo desprendidillo. La petición fue inenarrable. El palco solo concedió una oreja y la bronca creció hasta el infinito. Juan José se sentó rendido en el estribo antes de dar dos vueltas al ruedo al grito de «¡Padilla!, ¡Padilla!, ¡Padilla!». Un grito unánime. Bueno no, señor Palomo.

FICHA DEL FESTEJO:

Cinco toros de Núñez del Cuvillo y un sobrero (3º) de Garcigrande, con volumen y desrazado, que sustituyó a un titular devuelto por flojo. Corrida de presentación muy dispar, abundando los ejemplares terciados o de poco cuajo. Corrida también de juego variado, con tres toros nobles y de medido fondo y un sexto de gran clase y dulzura en sus embestidas.

Juan José Padilla, de celeste y oro: estocada (oreja con unánime petición de la segunda y dos vueltas al ruedo) en el sexto, único que mató.

Morante de la Puebla, de pizarra y oro: pinchazo y media estocada atravesada (palmas), en el que mató por Padilla; dos pinchazos y media estocada atravesada (bronca); estocada caída (oreja).

Alejandro Talavante, de grosella y oro: estocada baja (oreja); media estocada desprendida (oreja).

Octavo festejo de abono de la feria del Pilar, con el cartel de "no hay billetes" en las taquillas.