Ganado: cinco toros de Miura, muy desiguales de volúmenes. Dieron un juego manejable. También se lidió un sobrero de El Ventorrillo, bien presentado y noble, que sustituyó a un toro devuelto por flojo.

Rafaelillo: pinchazo, estocada desprendida perpendicular y tres descabellos (ovación tras aviso); estocada trasera (oreja tras aviso); cuatro pinchazos y estocada trasera (vuelta al ruedo).

Manuel Escribano: pinchazo y estocada trasera desprendida (palmas tras aviso); estocada trasera desprendida (silencio); estocada trasera (oreja).

Plaza: algo menos de media entrada.

Como le pasó en la pasada feria de San Isidro, Rafaelillo volvió a tropezar ayer en Valencia con la misma piedra, igual que su espada en la dureza de los huesos de un miura , para perder otro seguro triunfo de dos orejas tras cuajar al natural a un ejemplar de la legendaria divisa sevillana.

Aunque ya paseó un trofeo del segundo de los tres toros que mató en este mano a mano de "especialistas" con Escribano, esa obra de Rafaelillo con el quinto fue la que marcó las diferencias de un enfrentamiento que el murciano ganó a los puntos por su oficio y por la sinceridad de su toreo.

Como veterano del duelo, Rafaelillo ya solventó fácilmente con un primero de muy escasa duración y que le infirió un leve puntazo en la pierna izquierda después de tropezar cuando lo llevaba al caballo.

La faena de la oreja se la hizo a un tercer toro justo de trapío para su estirpe, que también se agotó pronto y que apenas tuvo empuje en los cuartos traseros. Aun así, el murciano aprovechó sus buenas embestidas iniciales para relajarse con la mano izquierda, en un adelanto de lo que llegaría dos turnos después.

Y es que a ese quinto lo recibió con dos largas cambiadas de rodillas y con unas verónicas arrebatadas en las que aguantó un escaso recorrido inicial que, en principio, no hizo pensar que fuera un toro de triunfo.

Pero la decisión de Rafaelillo fue decisiva ya desde que con la muleta echó de nuevo las dos rodillas en tierra y metió al animal y a los tendidos en una faena en la que se dejó ir con soltura y suavidad, cuajando dos sensacionales tandas de naturales, la segunda de ellas citando de frente, con sinceridad y trazo.

El único lunar, en un calco de lo que le sucedió en Madrid, fueron esos cuatro pinchazos en lo alto que, antes de una tardía pero fulminante estocada, dejaron sin recompensa otra obra de mucho nivel de Rafaelillo.

En cambio, Manuel Escribano, después de esforzarse con un insulso sobrero de El Ventorrillo, de intentarlo también con el cuarto --que se frenaba por su debilidad de riñones--, y de banderillear en los tres turnos sin especial brillo, echó el resto con ese último, que apenas tuvo media docena de arrancadas potables.

Sin celo ni clase y desfondado, fue un toro deslucido con el que Escribano apuró tanto para remontar que, en los últimos compases de muleta, el de Miura le tuvo a mano para voltearle aparatosamente y volverle a recoger con los pitones cuando el torero ya caía al suelo.

Ese momento de incertidumbre y trágica emoción, que no tuvo mayores consecuencias para el diestro sevillano, fue el detonante de la concesión de esa oreja que premió más a la voluntad que a los resultados.