Ganado: Cinco toros de Núñez del Cuvillo, de dispares hechuras y muy astifinas defensas, flojos y que se defendieron con genio y aspereza, salvo el tercero, con movilidad pero sin entrega. Y uno de El Torero (5º), que sustituyó a uno de los titulares devuelto por flojo, de buena presencia y gran clase en las embestidas.

Diego Urdiales: estocada (silencio); estocada desprendida delantera y cinco descabellos (vuelta al ruedo protestada tras dos avisos).

Sebastián Castella: bajonazo trasero (silencio); estocada caída (oreja tras aviso).

Alejandro Talavante: cuatro pinchazos y media estocada trasera (silencio tras aviso); tres pinchazos y descabello (silencio).

Plaza: El rey don Juan Carlos asistió a la corrida acompañado de la infanta Elena. Se puso el cartel de "no hay billetes" en las taquillas.

La falta de fuerza y la aspereza con que se defendieron la mayoría de los toros de Núñez del Cuvillo, sumada a un viento que no amaina, estaban llevando la tarde por un duro derrotero para los toreros. Hasta que asomó el pañuelo verde por el palco de la presidencia para devolver a los corrales al quinto y hacer salir en su lugar a un sobrero chato y rabón que es uno de los toros más destacados de la feria.

Se llamaba Lenguadito , estaba marcado con el hierro de Toros de El Torero y le correspondió, en segunda suerte, al francés Sebastián Castella, que acabaría cortándole la única oreja concedida en esta corrida de máxima expectación. Tuvo ese sobrero alegría, claridad, prontitud y clase en unas embestidas incansables, a pesar de que no estuvo tampoco sobrado de fuerzas.

Castella le dio en los medios un recreado pase cambiado por la espalda que prologó una muy dilatada labor en la que la obsesión por la quietud de planta y la ligazón de los pases, con mucha rigidez de planteamientos, primó más que el temple y la fluidez de los pases, que era más bien lo que pedía el enclasado toro de El Torero.

Fue ese concepto de movimiento continuo del trasteo lo que más calentó al tendido y lo que avaló la concesión de esa única oreja, tras una defectuosa estocada y un aviso que sonó cuando Castella aún estaba toreando, en concreto con unos ayudados por bajo que fueron los pases más recreados del conjunto.

Pero antes también habían hecho méritos para pasear sendos trofeos el riojano Diego Urdiales y el extremeño Alejandro Talavante, sólo que frente a astados de mucho más complejo y desagradecido comportamiento. Talavante se pasó por la faja con una pasmosa naturalidad las astifinas defensas de un tercer toro que no paró de cabecear y de ceñirse en sus embestidas a media altura. Sin alardes y con una total facilidad, la que deriva del valor más natural, el torero de Badajoz acabó por hacer pasar a regañadientes al áspero ejemplar, hasta que éste se rajó desengañado por ver derrotada su violencia ante la suavidad con que Talavante se lo hizo todo, menos a la hora de matar.

MUCHA SUAVIDAD El cuarto, el más alto de la corrida de Cuvillo, nunca quiso emplearse ni entregarse ante la paciente muleta de Diego Urdiales, que se dobló con efectividad con él al abrir una faena en la que siempre buscó atemperar con temple sus oleadas. Con suavidad de muñecas y mucha sinceridad en los cites, el torero de Arnedo fue poco a poco sacándole al toro pases de calidad de mucha conexión en el tendido, hasta ligarle una guinda de tres soberbios naturales a pies juntos que tuvieron el sabor de la tauromaquia más clásica y pura. Sólo sus fallos con el descabello demeritaron una obra en la que resaltó básicamente el gran concepto del riojano.

Aparte de esos trasteos señalados, ni Talavante ni Urdiales quisieron perder tiempo con los otros toros de sus lotes, deslucidos y flojos, mientras que Castella pasó demasiado intentando evitar los tornillazos del segundo a su muleta.